¿Tiene problemas para dormir? ¿Siente que se le agota la paciencia muy rápido? Es la respuesta natural a meses de incertidumbre y miedo

VILAGARCÍA / LA VOZ
27 ene 2021 . Actualizado a las 19:58 h.

El covid-19 guarda un parecido razonable con los hombres de gris que transitaban por las páginas de la novela Momo. Porque el dichoso virus, como los siniestros personajes de Michael Ende, es un ladrón de tiempo. Al menos, así lo siente una parte importante de la población, que percibe la pandemia como una etapa en la que la vida ha quedado en suspenso. «Hemos perdido el control. No podemos hacer planes ni diseñar nuestro proyecto vital porque no sabemos dónde está el final de todo esto», explica la psicóloga Oralice Silva. «Somos como un barco en medio de una tempestad. No podemos ni siquiera remar, porque no sabemos dónde está la orilla», señala.

En este contexto de cambio permanente, en el que cada comparecencia de las autoridades sanitarias le da una vuelta de tuerca a esa precaria «nueva normalidad», parece que todo avanza a trompicones: un pasito adelante, un pasito hacia atrás. «Parece que las cosas mejoran un tiempo, pero luego volvemos a retroceder... Y llevamos mucho tiempo así, dentro de nada se cumple un año», recuerda la también psicóloga Jesica Rodríguez Czaplicki. Así que «es natural» que, quien más, quien menos, comience a «acusar malestar psicológico». Puede adoptar este muchas formas. Desde la tristeza y la apatía hasta «una mayor agresividad, que no violencia, que nos lleva a saltar a la mínima», según Rodríguez.

Y es que son muchas cosas las que cada uno de nosotros está teniendo que asimilar. No solo el miedo a la enfermedad, o a contagiar a nuestros seres queridos. «Está la situación económica: hay sectores que lo están pasando muy mal. Gente, como los hosteleros, que no saben qué hacer», explica Oralice Silva. Y ese no saber qué va a ser de nuestra economía genera «cuadros de ansiedad», insomnio, dudas, más miedos. La conciliación, los problemas de conviviencia que se agudizan, la imposibilidad de estar cerca de nuestros seres queridos... La lista de alimentos para nuestra frustración es enorme. Y el «desánimo y la desconfianza» no dejan de crecer, devorando a su paso aquel espíritu inicial de que «de esta salimos juntos». «Al principio había una corriente positiva. Había mucho miedo, pero existía cierta armonía entre todos. Ahora, la situación ha cambiado», dice Silva. «Mucha gente, al inicio de la pandemia, no se sintió tan mal. Disponían de más tiempo para hacer cosas que antes no habían podido hacer y lo aprovecharon. Pero la situación se ha prolongado tanto...», refrenda Rodríguez.

MONICA IRAGO

«Al principio existía cierta armonía entre todos; ahora la situación ha cambiado»

Así que cada vez son más las personas que se dan cuenta de que están al límite, de que no saben cómo adaptarse a unas circunstancias que no dejan de variar, a un momento en el que el cambio es lo único constante y que, si pueden, piden ayuda para sí mismos o para quienes tienen alrededor. Porque ojo: los niños y los adolescentes también están pagando una factura invisible por todas las limitaciones que están experimentando en su vida. «De los niños se ha destacado siempre lo bien que se están portando, pero creo que también le hemos impuesto una responsabilidad muy grande. Se han visto privados de sus amigos, tienen muy poco margen de esparcimiento, no pueden ver ni abrazar a muchos de sus seres queridos...». Así que es natural que sufran cambios de humor, que «se vuelvan muy demandantes de sus padres, que busquen el contacto continuamente». Es su forma de sobreponerse a una situación cuyo final también esperan, aunque no sean conscientes de ello, ansiosamente.

Señala Jesica Rodríguqe que «si a los adultos nos cuesta gestionar esta situación, a ellos, a los que su sistema se le ha cambiado al cien por cien, imagina. Puede que ellos no perciban algunas cuestiones, como los problemas económicos, pero sí notan la irritabilidad de sus padres, que están asustados». Y el miedo se extiende.

SATSE

«Tenemos que empezar a pensar en el presente-presente; vivir día a día»

¿Qué podemos hacer para pararle los pies? Tal vez lo primero sea plantarle cara a los hombres de gris que acompañan al virus: impedir que nos siga robando tiempo. «Tenemos que empezar a pensar en el presente-presente. Vivir día a día», dice Rodríguez Czaplicki. Oralice Silva hace la misma recomendación: si estamos en medio de un mar tempestuoso, lo mejor es quedarse quieto, respirar hondo y pensar que estamos vivos. «Tenemos que vivir el día a día, cuidarnos y cuidar a la gente que nos rodea».

Días preciosos

Todos los días, aunque sean en tiempo de pandemia, son preciosos. Y en todos ellos debemos «buscar espacio para actividades de autocuidado; hacer cosas que nos resulten agradables dentro de los márgenes que tenemos ahora. La pandemia es algo que en algún momento va a pasar, aunque no sepamos cuando», señala Jesica. Puede ser un buen momento para «hacer todas esas cosas que siempre queremos hacer pero para las que nunca tenemos tiempo».

Cuidarnos es el primer paso para poder cuidar a los demás. ¿Cómo? En primer lugar, «es importante mantener el contacto con la gente, mantener los vínculos emocionales. Afortunadamente, ahora hay muchas posibilidades tecnológicas para poder hacerlo». Aprovechemos esas oportunidades y no intentemos enterrar el miedo bajo una capa de silencio que incremente las distancias. Porque, más que nunca, debemos «escuchar a nuestras emociones».