Cómo acabar con el librero

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

El cierre de Librería Pampín es un paso más en nuestro empeño por cargarnos «la ciudad»

28 dic 2019 . Actualizado a las 22:18 h.

El edificio Trébol era una vivienda clandestina. Cuando en 1981 me instalé en él, no tenía cédula de habitabilidad y las bombonas de butano te las dejaban en el portal porque no te las podían subir al piso, era ilegal. El edificio Trébol es verde, está en lo alto del barrio vilagarciano de Os Duráns y ahora tiene cafeterías, supermercados y calles urbanizadas a un paso, pero en 1981 estaba aislado y comunicado con el centro de la ciudad por una corredoira en la que abría una carpintería y, al final, la tienda de Sita.

Si el edificio no podía ser legalmente habitado, se entiende que quienes allí vivíamos éramos okupas o algo parecido. Y entre ellos, un servidor y un matrimonio muy simpático: él se llamaba José y ella se llamaba Lolita. Con el tiempo, supe que regentaban una librería y tienda de periódicos en la calle Rey Daviña conocida como la librería de Pampín.

El edificio Trébol era y es de color verde, no podía ser de otro color con ese nombre. En 1981, parecía uno de los más modernos de Vilagarcía. Es verdad que tenía problemas con la calefacción y que el casero me había engañado diciéndome que tenía gas ciudad, algo impensable en aquella época, pero esos problemas se suplían con la alegría del barrio, donde había una tienda misteriosa donde te vendían paquetes de Winston americano, algo impensable para alguien recién llegado desde Cáceres, donde el Winston era puro lujo.

El mundo, entonces, era de otra manera. Por ejemplo, íbamos de compras a la tienda de siempre y charlábamos con nuestro comerciante de cabecera. Entrabas en la zapatería de Yosu y te ponías en sus manos. Te recomendaba un calzado, te lo probabas, presionaba en la puntera para ver si te hacía daño o si era tu número y salías tan contento de la tienda con tu par de mocasines debajo del brazo.

Ahora, vamos al zapatero a engañarlo. Le pedimos los zapatos que nos gustan del escaparate para probárnoslos, ver si nos sientan bien y luego, ponemos cualquier pretexto y nos vamos a casa a pedir el mismo calzado por Amazon. Es el fin de una manera civilizada de vivir en la que salías de compras y volvías a casa con el producto, pero también con unas risas, una conversación, la sensación de haber sido bien tratado y la reconfortante sensación que regala la costumbre, lo doméstico.

José Rodríguez Pampín abrió su primera librería en el año 1967 en la calle Rey Daviña, frente a la cafetería California, por donde luego estaría el primer comercio de Zara. Se trasladó después un poco más arriba, a un antiguo local que quedaba donde hoy está la sala de exposiciones Rivas Briones. Luego se instaló, ya definitivamente y hasta ahora, en la calle Juan Francisco Fontán y ahí volvimos a coincidir porque al tiempo que él abría su librería en la esquina con Romero Ortiz, yo me trasladaba al edificio que hacía esquina con la avenida de la Marina.

Fue entonces cuando, tras un huracán, descubrí que aquella calle era conocida popularmente como el Callejón del Viento y con ese nombre empecé a escribir estos artículos, que en los años 90 se inspiraban, fundamentalmente, en las conversaciones que mantenía con Pampín y con Lolita en su librería, convertida en mentidero periodístico y político de Vilagarcía y en referencia familiar para padres y niños, que allí comprábamos cromos, cuentos, cómics, novelas, revistas y periódicos. La librería de Pampín siempre estuvo muy bien surtida, entonces y ahora, con Majo Mesejo, al frente. Allí encontrabas publicaciones difíciles de hallar en otros sitios y, sobre todo, conversación.

En Pampín pasabas horas y te enterabas de casi todo. Lolita, José y Majo tenían mucho encanto, mucha gracia y ningún pelo en la lengua: si había que decir un par de verdades dolorosas, las decían y punto. Eran comerciantes de cabecera, de confianza, uno de esos sitios donde si la tarde venía tristona y depresiva, te pasabas por allí y en un rato de charla espantabas las penas.

Pero Pampín ha cerrado, el Callejón del Viento ha perdido su icono y nuestro modo de vida se tambalea. Ya se puede pagar una compra con el teléfono móvil, con una pulsera, con unas gafas y pronto bastará nuestra mirada. Hay anillos que facultan para pagar con el dedo y Barclaycard y Samsung comercializan unas americanas con un chip en un botón para pagar con la manga. El e-comerce se impone y las compras por Internet nos amenazan: cierra Pampín, desaparece el pequeño comercio local de proximidad y peligra la vida en las calles y la convivencia en las plazas, donde el intercambio comercial ha sido la base de nuestro reconfortante concepto de ciudad.

Estamos acabando con el droguero, con el zapatero y con el relojero so pretexto de la comodidad y con ello nos estamos cargando el modo de vida que nos reconforta. Nos quejamos de que nos puede la angustia y tenemos que refugiarnos en el yoga, la meditación y el mindfulness a ver si así recuperamos la armonía, pero la culpa la tenemos nosotros por habernos cargado al librero. Pampín ha cerrado, y el mundo ya no es lo que era: ni Amazon ni AliExpress inspirarán jamás un Callejón del Viento.