Dormir en una cámara frigorífica

María Jesús Fuente Decimavilla
maría jesús fuente VIGO / LA VOZ

AROUSA

Marcos Canosa

Una vecina de Vigo sin recursos ha convertido una choupana en su hogar

09 jun 2018 . Actualizado a las 09:01 h.

Saca fuerzas para azotar la lumbre de la barbacoa hecha con tablas de palé que encuentra rotas. Prepara una costilla de carne de cerdo que le ha regalado «gente amiga». A Carlota Rodrigues hoy le toca comer bien. Tiene 56 años y desde hace ocho reside en una choupana del centro de Vigo. Solo la abandona de forma esporádica para cambiarla por cortas estancias en el albergue municipal o para viajar a su país de origen, Portugal. Nació cerca de Coímbra, pero reside en Vigo desde hace 37 años, tiempo en el que ha pasado por todo tipo de vicisitudes.

Tras quedarse sin trabajo y sin techo, fue de un lado para otro hasta dar con una nave abandonada que ha convertido en su hogar. «Cuando vine aquí no se podía estar de la suciedad que había, los pisos estaban muy caros; además, un año cobras y otro no, así que me puse a limpiarla y la amueblamos», comenta. A partir de ese momento no había bártulos en las calles que se les resistiesen a ella y a su pareja. En dos o tres días ya tenían montada la choupana: cocina, sala de estar-comedor, despensa, espacio para tender la ropa, trastero, dormitorio... Este último lo situaron en una antigua cámara frigorífica para aislarse del frío. Ahora duermen ella y su nieto de 19 años. «Él pasa poco tiempo porque está haciendo un curso de formación para trabajar. En invierno me caliento en la barbacoa y de noche cierro la puerta de la habitación. En verano no hay problema, es muy fresquito esto», comenta esta mujer menuda con una admirable resignación.

Hace un año, cuando perdió a su pareja, le regalaron a Perla, una perrita que no se separa de su pantalón. «Todo el mundo la quiere y está enamorado de ella. Da la señal de día y de noche si entra gente que no es de aquí. Ojalá tuviera una casiña para tenerla tranquila. Si llueve coge gripe como yo», añade. Perla es uno de los motivos por los que no es muy amiga de ir al albergue, al que se suma el hecho de no poder estar más de diez días seguidos. «No dejan tener perros dentro y yo antes de dejarla en la puerta, prefiero que quede aquí, no se mueve. Si estoy diez días allí, luego tengo que marchar y, además, ¿quién cuida esto y quién hace la limpieza?», se pregunta Carliña, como cariñosamente le llaman Antón Bouzas y Emilio García, de Os Ninguéns, cuando la visitan. Su buen carácter llega hasta el punto de decir entre carrasperas y toses que gracias a Dios la humedad no le afecta. «Catarros sí cojo», añade, mientras barre la alfombra que abre paso al comedor.

En el tiempo que lleva viviendo en la choupana nunca le han dado un susto. «Aquí abajo vivimos seis personas: una pareja, el Albino, un señor mayor y nosotros dos. Arriba hay más gente, pero cada uno va a lo suyo. Está todo muy tranquilo, nos respetamos. Además, tenemos horario. A las doce de la noche se cierra la puerta con un hierro. Por la mañana se puede salir a la hora que se quiera».

Desayuno entre goteras

Ella se levanta a las 8.30, excepto si está cansada. Entonces se queda hasta las diez. «Hago el desayuno: café con leche y galletas, que me trae una oenegé, y salgo con la perriña a dar un paseo para que no esté todo el día aquí metida. Hoy me coges porque llueve», dice, ignorando las goteras que caen casi a sus pies, como si no fueran con ella.

Al regresar se prepara la comida. Cada vez va menos a los comedores sociales, muchos días no le sentaban bien los alimentos. «Me dan alergias y no puedo comer fuera, tiene que ser todo fresco, me suelen traer cosas y las como pronto porque no tengo nevera». Lo que más echa de menos es el agua y la luz. El aseo imprescindible lo hace en la choupana con el agua que transporta en garrafas y a ducharse va a las monjas o al albergue. Para el resto de las necesidades se arregla como puede, en los servicios de algún bar, en un centro comercial o en el mismo albergue, donde también lleva la mayor parte de la ropa a lavar y le sale seca. La luz la sustituye por una linterna.

Carliña espera ahora que le concedan una renta activa de inserción (RAI). Podría reportarle en torno a 400 euros. «Me quedé sin ingresos. Cuando cobraba por mujer maltratada estuve en una pensión, pero aquello se me acabó», comenta. Cuando se le pregunta por su familia responde: «Tengo hijos, pero quiero vivir sola, no quiero que me agobien, me gusta hacer las cosas a mi manera».