Un documental sobre papá y el triatlón

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

Manuel, Antón (padre) y Antón (hijo) y Tomás, ayer, en la casa de Manuel de Praceres.
Manuel, Antón (padre) y Antón (hijo) y Tomás, ayer, en la casa de Manuel de Praceres. capotillo

Antón Cruces quiere explicar a sus hijos quién es su abuelo a través de «Oldman, el último triatleta»

27 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Antón Cruces acaba de tener dos hijos. Son mellizos, y compatibiliza su doble labor de padre con la de guionista. Fueron estas dos armas -la paternidad y el don de la palabra- y su «barriguita» las que lo animaron a hacer un documental. Sobre su padre. Hace un par de años empecé a ver que cuanto más mayor se hace mi padre, más lo admiras o más dices «joder lo que hace este tío, de salir, competir...». Me parece que tiene mucho valor, y también colgando sus fotos de vez en cuando en las redes sociales, veo que es un referente, que mucha gente flipa con la energía que tiene con 72 años, y a raíz de ahí decido juntar a un grupo de gente que considero que son lo mejorcito e intentar hacer este proyecto. Y, al tocar las puertas de gente como Gómez Noya, Iván Raña, Saleta y David Castro, me doy cuenta de que también ellos desde el primer momento me dan todo tipo de facilidades y me dicen que vaya adelante con el proyecto, porque es una historia muy bonita, y a lo mejor también nos anima a todos a hacerlo».

Otro de los motivos que prácticamente hicieron que el filme naciera casi solo, sin apenas parto, de una manera natural, fueron los dos pequeños que desde hace seis meses revolucionan la vida de Antón y de Raquel, su novia: sus dos mellizos. «Queremos contarle a los niños quién es su abuelo, y de esa forma se hace un poco más humano todo. Se trata de que también llegue a la gente que no haga triatlón, que es el fondo, pero en realidad es una historia de superación, de hacerse mayor y todo esto».

La «barriguita» es, de todas, la razón menos profunda, pero con la que más fácil resulta identificarse. «Acabo de cumplir 40 años, y vale que tengo una barriguita sexi, pero es una barriguita al fin y al cabo, y ahora lo miro y lo veo con 72 en la forma en la que está y flipo». El humor, de hecho, es una constante en el guion del documental.

Disimulando

Oldman, el último triatleta, cuenta la vida de Manuel Cruces, quien fue, además del último, también el primer triatleta. Por lo menos, en Pontevedra. Él, junto a otros aventureros como Ojea, Darío, Capa, Ogando y Bayón, apostaron hace varias décadas por un deporte del que entonces apenas se sabía nada en la ciudad del Lérez. Cuando le preguntaba su hijo, Manuel le explicaba que era una disciplina en la que se nadaba, montaba en bici y corría. «Lo miraban como si estuviera loco», admite. También él. No fue hasta que la vida le dio perspectiva sobre gran parte de sus secretos cuando comenzó a valorar lo que tenía en casa. Hasta ese momento, confiesa, «sí le hacía caso, aunque hacía como que no». Ahora ya no disimula, lo cual no significa tampoco que haya dejado las sanas costumbres de la vida del periodista para sumarse a su padre en la marcha. «No soy deportista y muy pocas veces lo he acompañado, yo soy de otro mundo», reconoce, y por eso insiste en que lo importante no es repasar la evolución del triatlón en la ciudad, sino algo más sencillo e irrefutable.

«Es una necesidad que tengo de contar una historia cojonuda. Yo soy periodista, y la tengo solo yo porque es mi padre», explica. Y reconoce que, aunque no lo admite, a su padre le enorgullece su proyecto. «Él dice que no quiere ser protagonista, pero yo creo que en el fondo le hace ilusión. Lo que pasa es que ha perdido mucha paciencia, y a veces se cansa de tener que hacer todo lo que decimos constantemente». Cuando habla en plural se refiere a las siete u ocho personas que conforman el equipo de rodaje. Alberto Plagaro, de La Pizarra Produce, y Cartas a 1985 son los promotores del documental, que en realidad requiere de la gente para hacerse realidad.

El lunes comienza en Verkami la campaña de crowdfunding con la que pretende conseguir un mínimo de 7.000 euros, a los que tendrán que sumar otras aportaciones para alcanzar una cifra algo superior. Con esa cantidad tendrían suficiente para asegurar que el filme vea la luz, aunque en las condiciones más modestas posibles. Con calidad, pero forzando las capacidades de sus artífices. Porque si algo tiene claro Antón es que no va a renunciar a hacer la mejor película posible sobre su padre. Puede que ellos no puedan cobrar, y puede que no sean capaces de ir a rodar a algunos de los sitios clave de la historia personal del abuelo de sus hijos. También puede que tengan que recortar la duración de un documental que nace con la idea de alcanzar los 65 minutos para poder entrar en el circuito profesional. Hasta está dispuesto a traducir él mismo todo el texto del castellano al inglés. Pero el trabajo periodístico y técnico no se va a ver afectado. De eso da fe. Como director y como hijo.