Ambas embarcaciones tradicionales fueron construidas en la década de los 60 íntegramente en madera. Fernando, Javier y José Manuel se enamoraron de ellas en cuanto las vieron
03 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Fernando y Javier Pazó hacía tiempo que se habían enamorado de Cassandra, aunque sabían que, por el momento, no podía ser suya. Intentaron comprarla tan pronto la vieron por primera vez, pero entonces no estaba en venta. Tuvieron que pasar seis años antes de que su anterior dueño accediera a deshacerse de ella.
Construida en 1963 en Gran Bretaña, Cassandra había caído en manos de un alemán de la República Oriental que huía de su país. La idea del germano era llegar hasta el Caribe con ella, pero el destino se le truncó y acabó en un lugar muy distinto al que había imaginado. También con mar, eso sí. A bordo de la embarcación iban su propietario y una pareja. Fernando no recuerda bien. Cree que eran amigos del alemán, pero con las historias sorprendentes siempre hay detalles que se pasan por alto. El caso es que, camino a su playa paradisíaca, Hortensia se cruzó en su camino. El huracán que llegó a Galicia en forma de ciclón extratropical y que la arrasó a principios de octubre de 1984 obligó a la pequeña embarcación a buscar resguardo en Muros. No volvió a salir de allí, al menos con sus tripulantes originales a bordo.
Aprovechando la noche y otros factores, al parecer la pareja drogó al alemán para robarle todo lo que tenía y dejarlo sin nada dentro del barco. Su instinto de supervivencia le hizo encontrar trabajo en la villa marinera, donde poco después se casó con una mujer del lugar. Así fue cómo el Cassandra apenas volvió a salir de puerto durante los seis años siguientes. El dueño, que inicialmente se negaba a venderla, fue atacado por un mal aún mayor que la traición: una enfermedad que acabó paralizándole medio cuerpo.
Amarrada en Muros
Fue así como lo encontraron Fernando y Javier la segunda vez que se citaron con él. Acababan de perder el barco clásico que tenían entonces, el Colin, y querían comprar otro. Alguien les comentó que el Cassandra, por el que ya habían preguntado seis años antes, seguía disponible y amarrado a puerto, y no se lo pensaron. En aquella ocasión, su anterior propietario era consciente de que seguir manteniéndolo solo haría que Cassandra continuara su deterioro hasta el infinito. Apenas podía subirse a bordo, como para pensar en arreglar la embarcación o en salir con ella al mar.
Los hermanos compraron Cassandra por 6.000 euros y desde entonces, hace veinticinco años, es su niña bonita. Razones les sobran. Para empezar, es uno de los pocos barcos íntegramente hechos de madera -principalmente de caoba, aunque también integra otras especies- que hay en Galicia. Desde el casco hasta el palo pasando por la botavara y la bañera, cada una de las piezas que conforman su estructura procede de un árbol. Para seguir, acaba de cumplir 61 años, más de los que tienen sus propietarios. Y, en tercer lugar, encabeza la clasificación de la segunda Regata Interclubes de la Ría de Pontevedra. Eso solo por poner un ejemplo, porque lo cierto es que la embarcación británica con pasaporte alemán, murense y ahora sanxenxino -descansa en el puerto deportivo de Portonovo- está en mejor forma que la mayoría de embarcaciones de sus características y antigüedad.
Pero Cassandra tiene una rival a tener muy en cuenta. Belisa no solo va segunda en la clasificación general, sino que además es una dura competidora en belleza de la británica. La francesa está permanente vigilada y mimada por el grovense José Manuel Cores. La vio un amigo suyo por Internet, y José Manuel se fue hasta Alicante para verla en persona acompañado de un amigo carpintero de ribera.
Casi única
Belisa se empezó a construir en un pequeño pueblo próximo a Marsella en 1959 -como su actual dueño-, aunque no se terminó hasta dos años después. Fue hecha a medida. Un carpintero de ribera artesano la hizo siguiendo los planos que le llevó un armador de la zona. Es una maika -nombre en honor a una monja de la resistencia francesa- con morro alargado, lo que la hace mucho más ligera y veloz. Está fabricada casi íntegramente de teca y caoba, con bronce para los remaches, al igual que las dornas. Tras años regateando con su propietario original, los hermanos Klight se la compraron y la mantuvieron durante diecisiete años. Pero lo costoso de mantenerla en buen estado y probablemente alguna disputa personal castigaron a Belisa en tierra. Allí, en lo alto del dique seco, permaneció hasta que el amigo de Cores la encontró.
Fue un flechazo, reconoce su actual dueño, quien no suaviza la dureza de hacerse cargo de algo tan frágil como bonito. Sus 11,39 metros de eslora contrastan con sus 2,78 de manga, pero todos ellos sufren por igual los embistes con los que el mar les ha azotado en más de una ocasión. Por eso, por su actual situación y porque la aguerrida francesa descansa sin funda, José Manuel va a visitarla todos los días. Tiene que achicarle agua con frecuencia y reparar los pequeños rotos que tiene. Algunos son todavía huellas de cuando descansaba en Alicante tras haber ganado cuatro veces la Copa del Rey. Otras son nuevas, las heridas de guerra de una regatista que se ha hecho con dos trofeos Príncipe de Asturias. Y a la que, advierte José Manuel, aún le quedan muchas batallas que librar.