El problema del furtivismo se ha ido filtrando en el día a día de esta localidad vilagarciana
23 feb 2014 . Actualizado a las 06:59 h.Al amparo de la gran mancha verde de Cortegada, deitada no mar, Carril se retuerce. Un grupo de furtivos -ellos prefieren que se les llame lazaretos- han vuelto a sacar a la luz los frágiles equilibrios sobre los que se levanta, cada día, esta potencia marisquera. Cada cierto tiempo, frustraciones alumbradas hace años rompen la fina capa de normalidad que se respira en esta villa de 1.500 habitantes, y la tensión que se filtra por las grietas estalla en forma de algaradas en el mar, empellones en el muelle y, ahora que las cosas se han vuelto especialmente negras, coches con las lunas destrozadas y fachadas cubiertas de huevos.
Explicar qué ocurre en Carril es complejo. Supondría psicoanalizar a un pueblo que parece cargar a sus espaldas muchas derrotas. Perdida su independencia, perdido el sueño de incorporar al censo de vecinos a los miembros de la Casa Real, los carrilexos encontraron una cura para su orgullo en su capacidad para cultivar el mar y producir una almeja capaz de conquistar mundos y mercados. Pero de la misma arena de la que sale el marisco salen, con una frecuencia pasmosa, conflictos con raíces tan viejas como los más viejos del lugar.
Corre por todo Carril, de boca en boca, el convencimiento de que el mar que gestionan los mariscadores -sean de a pie, sean de a flote- no rinde todo lo que debería. Que con tanto terreno, en las agrupaciones tendría que trabajar mucha más gente. «En Carril no tendría que haber paro», dicen los lazaretos. Y, aunque con matices, la idea la repiten parquistas y no parquistas, hosteleros y carrilexos de toda condición. Ese sentimiento es comprensible en el mar de los parques de cultivo, donde el sustrato se trabaja y el marisco se siembra en grandes cantidades. Los carrilexos tienen a gala ser acuicultores hechos a sí mismos, y el marisqueo es observado con recelo. Si además las encargadas de explotar las concesiones de la cofradía de Carril son mujeres que mayoritariamente proceden de Bamio, el recelo evoluciona hasta convertirse en una fuerza capaz de derribar de su cargo -y ya corría el siglo XXI- a Olga Carou, la fugaz primera patrona mayor de la ría.
La primera asociación
Convencidos de que el marisqueo se gestiona mal y hartos de ver «como gente de otros lados trabajaba mientras nosotros teníamos que quedarnos en casa», nació hace unos años Lazareto. El grupo era heterogéneo, pero lo conformaban sobre todo mujeres que apelaban a los derechos históricos del «pueblo de Carril», del que forman parte, sobre bancos como los de Malveiras, Briñas o A Fangueira. Bancos, muchos de ellos, que fueron impuestos a la naturaleza gracias el tesón y al dinero invertido en las décadas de los setenta y los ochenta por «la gente de Carril». «Queremos traballar» fue el grito de guerra de aquel grupo de furtivas que nació en los últimos coletazos del bipartito -algunos vinculan su nacimiento, directamente, a una maniobra del PP- y que logró su objetivo de mariscar legalmente hace poco más de un año.
Parecía que Lazareto había muerto. Pero no. Un nuevo grupo de furtivos se han adueñado de la estructura de la asociación. El grupo vuelve a ser heterogéneo. Pero donde antes mandaban «mujeres con hijos», ahora predominan jóvenes sin oficio ni beneficio. Hay quien los ha llamado delincuentes. Hay quien prefiere referirse a ellos como ni-nís. Y hay incluso quien los considera «jóvenes callejeros que pueden tener necesidad, pero no la necesidad de un padre que tiene que dar de comer a su familia».
En todo caso, quienes habitan en Carril apuran una frase cuando hablan del nuevo Lazareto. La mayoría de los integrantes de la asociación «no son de aquí». Y como «no son de aquí» se permiten desmanes como los ataques de esta semana y «lo mismo les da ir a las Malveiras que a robar a los parques de cultivo». Este grupo ha ido creciendo, cuentan, al calor de algunos carrilexos que no tienen escrúpulos a la hora de comprar bivalvo de origen oscuro que blanquean en prodigiosos viveros que producen sin parar. Al calor, también, de unas estructuras sectoriales que hasta ahora los han dejado hacer, los han dejado pasar, confiando en que se llevasen el marisco de los demás, de los otros, y dejasen sus dominios en paz.
El momento actual
Pero esa precaria situación no podía mantenerse hasta la eternidad. Y hace unas semanas, un operativo contra el furtivismo hizo estallar la burbuja. Los nuevos lazaretos empezaron a reclamar en voz alta su derecho a trabajar, con pérmex o sin él. Escenificaron la toma de As Malveiras, y recuperaron un viejo plan para poner a producir varias zonas. Y Carril ha vuelto a verse arrojado contra sí mismo, temeroso de que pase algo grave.