Se crió con el sonido de la molienda y aún hoy hace rugir la piedra de las aceñas de Barrantes
16 dic 2012 . Actualizado a las 14:24 h.«Dos muíños escribíronse moitas cousas, pero non é tanto como se di». Si realmente en los molinos ocurriese todo lo que cuentan las viejas historias, Moncho Rodríguez Galiñanes lo sabría, pues pasó entre quenllas y rodicios buena parte de su niñez y de su juventud. Ahora, en su madurez, volvió a hacerse cargo de los molinos de Ribadumia y enseñó sus entrañas a un buen número de caminantes de la Ruta da Pedra e da Auga y también a muchos escolares que disfrutaron viéndole moler y amasar y cocer el pan.
Pero vayamos por partes. Moncho nació hace setenta años muy cerquita de los molinos que abren hoy la ruta hacia Armenteira. En aquel entonces «todo o mundo tiña nos muíños unhas horas e nós nacemos nos muíños xa, coma quen di. Xa viñamos coas nosas avoas, cos nosos pais». Desde muy pequeño prendió en él la afición por «mirar como os homes picaban o muíño, cando había que montar e desmontar». Pero no estaba ahí su futuro, al menos el inmediato. «Fun polo mundo adiante, por Francia, por Alemania, traballei na construción aquí». Hasta que un problema de retina lo apartó de su trabajo y lo acercó otra vez a los molinos. «Estaba no paro e entrei no obradoiro de emprego, aquí no Concello. Estaba na sección de carpintaría e rehabilitamos os muíños. Pero cando chegou o momento da inauguración, os muíños quedaron parados». Así que Moncho le dijo al concejal de Obras: «Vou para alí os domingos e moio a fariña». Y así fue.
Lleno de curiosos
Moncho abría el molino todos los domingos, y pronto comenzó a llenarse de curiosos. «A xente empezoume a pedir fariña, pero ¿eu como lle ía dar a fariña? Ata que un día un señor da Illa me dixo que fixera unhas bolsiñas e vendera a fariña». Después se barajó el proyecto de convertir el molino en un museo, pero él lo desaconsejó porque entonces no podría funcionar y, en caso de hacerlo, estropearía los fondos con el polvo. Así que le propuso a la alcaldesa, Salomé Peña, que hiciese un horno. A partir de entonces, en el molino más próximo a la rotonda de Barrantes se realizaba todo el proceso. «Xa de pequeno lle axudaba a miña avoa a amasar o pan, porque eu era o máis vello. Aquí a xente víame facendo a fariña, amasando na artesa e víame facendo aquí o pan. Era unha atracción das máis grandes. Ás veces, cando tiña que meter o pan no forno, había tanta xente que non podía nin pasar». Pero Moncho se jubiló y esta etapa también llegó a su fin. Antes de que eso ocurriese, le propuso a la alcaldesa que buscase una persona y él le enseñaría durante un tiempo, pero no apareció nadie. Ahora los molinos están parados.
Cuando Moncho era niño, en cambio, funcionaban continuamente. Había alguno privado -de maquía, se llamaban-, pero en Ribadumia, salvo dos, todos los demás eran de un grupo vecinos, hasta una veintena, que se repartían las horas «según fose a casa pudiente». Entonces «todos sabían andar, e Deus me libre que deixaras o muíño na pedra, que xa cho viña o veciño dicir». Ahora ya nadie sabe cómo funcionan los molinos, porque tampoco es una tarea fácil: «Isto non é un muíño eléctrico. Aquí quen manda é o muíño, non mandas ti, e tes que entendelo», asegura.