1No se siente digna de menciones y eso la engrandece más. Virginia García García, más conocida en el concello de Portas como la Señora Virginia, se ha volcado en su afición por las plantas y flores en su jubilación. Hasta ahí nada novedoso. Lo que diferencia a esta emigrante retornada de Venezuela es que no solo cultiva en su parcela, sino que ha extendido su jardín a terrenos municipales. Margaritas blancas y rosadas, hortensias azules, tagetes anaranjados y lirios violáceos crecen hoy a los pies de un pequeño riachuelo y sobre el puentecillo bajo el que desaparece para disfrute de toda la comunidad.
La vecina se encargó de limpiar la zona de maleza y de regar diariamente para que brotaran las plantas, que ahora lucen en todo su esplendor. Para ello pidió una licencia al Concello -«que muy amablemente me concedieron», señala-. Y cuenta también con la ayuda de algún jornalero que de vez en cuando la asiste en aquellos trabajos más pesados que, llegada una edad, no se ve capaz de realizar. En esta parcela, de unos diez metros de largo a pie de carretera, ha dedicado muchos esfuerzos durante los últimos tres meses y también parte de sus ahorros. «Eso me tiene feliz. Me hace sentir bien y es una razón para hacerme levantar cada día», explica la mujer, que insiste en que no le encuentra ningún mérito a lo que ha hecho. «Es mi afición y para poder permitírmela pues renuncio a alguna cosilla para mí. Nada importante», continúa, haciendo alarde de esa modestia que la caracteriza.
El jardín de A Xaberca, -nombre de la finca- llama la atención de propios y extraños. Virginia se emociona cuando relata cómo un día descubrió a un grupo de barceloneses que detuvieron su viaje en coche para disfrutar de un tentempié entre las flores sembradas por ella, a la sombra de un platanero que le recuerda al trópico de su segunda patria, Venezuela, en donde pasó 57 años de su vida. Estos se pararon en un discreto banco de piedra que asoma entre la vegetación, en donde a la vecina le gusta tanto disfrutar de un momento de silencio como compartir una charla amable. Pero aún más le complace ver a otros en él. De ahí que no haya cercas o verjas. Virginia invita a todo aquel que la visita a que conozca su pequeño edén, del que se siente orgullosa. Y como toda buena anfitriona, no deja que nadie se vaya con las manos vacías. Si no son unas avellanas, son unas gardenias, unas ramitas de hierbaluisa o unas castañas. Es imposible abandonar los dominios sin llevarse algo entre las manos. Porque es de esas personas que disfruta más dando que recibiendo.
Sin embargo, hace unos días fue ella la que recibió una mención, de manos del Concello de Portas. La distinción se le concedió en la última edición de la Festa do Galo de Corral en reconocimiento a su labor comunitaria. Algo que a día de hoy aún sorprende a la mujer, a quien le mueve el desinterés y una pasión inocultable: la jardinería.