Hace 50 años en San Ciprián

Pablo Mosquera
Pablo Mosquera OPINIÓN

A MARIÑA

30 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En 1967 el puerto de San Ciprián de la Parroquia de Santa María de Lieiro acogía a un pequeño grupo de veraneantes procedentes de Lugo que disfrutaban de aquel paraíso natural con tres playas urbanas y una población que vivía de la mar dónde faenaban una treintena de boniteros que permitían conocer, a los visitantes, el rito para la subasta en lonja del pescado y marisco, o tabernas en las que aquellas tripulaciones sorprendían a los visitantes con su léxico marinero.

Poco a poco el dinero de los llamados quiñones del bonito iban cambiando la fisonomía del pintoresco lugar. Pero el Concello de Cervo no parecía enterarse, así se explican las reiteradas reivindicaciones: traída de agua, alcantarillado, adecuación del alumbrado y central telefónica, botiquín de farmacia, amén del muro para la Anxuela, casetas de pescadores, abastecimiento de hielo y combustible para la flota, que fueron razón, motivo y gestión del CIT nacido por iniciativa de dos veraneantes: Alfredo Sánchez Carro, Delegado provincial de Información y Turismo; Francisco Rivera Manso, Delegado provincial de prensa y radio; desgraciadamente olvidados por las posteriores directivas, quizá por el cambio de acentos y actividad laboral que indujo la colectividad aluminera.

El Hostal Pablo era junto con el bar de Marcelino Díaz y Esperanza Rey, auténticos núcleos de encuentro, tertulia y ocio para aquellos veraneantes que cada día se sorprendían con el sonido del cuerno marino, aquellas peixeiras con cestos de mimbre -paxes- ofreciendo toda suerte de productos marinos, los pulpos que jornada tras jornada lograba hábilmente Paulino; no era preciso limpiar las algas de nuestros arenales, pues la sabiduría popular explicaba como tales plantas eran alimento de la cadena que comenzando en las pulgas llegaban hasta camarones, panchos, julias, sargos, etc., y perfumaban con yodo nuestro Shangri-La.

Era un agosto mágico, donde se sustituía hablar de trabajo, política o fútbol, por aquellas costumbres del pueblo marinero «metido por la mar en el norte»; por excursiones a Os Farillóns, manejar artes de pesca, emular a los grandes del balompié con aquellos partidos de fútbol en la playa de La Concha o aquella simbiosis entre viejos lobos de mar y niños del interior, aprendiendo a gobernar un chalano. Y a las noches, paseo hasta el faro con un «amoroso» jersey de lana.

Francisco Rivera

La creación del CIT fue una consecuencia de todo ese ambiente, dónde veraneantes y

nativos del puerto, se unieron para buscar la senda del desarrollo que injustamente le había sido negado desde el Concello de Cervo, volcado con los intereses de su Alcalde por Burela.

Y así con Don Francisco Rivera, Pastor Sánchez y Pepe do Lugar a la cabeza, San Ciprián se despereza de su letargo a la búsqueda de sus derechos como núcleo poblacional y puerto histórico. Incluso se logra un puesto de salvamente y socorrismo dónde Alfonso Coldeira y su prima Begoña, son los primeros socorristas para la hermosa playa que protege La Anxuela, entre la desembocadura del Covo y el muelle construido en el año 1939.

La taberna de Cándido era un «Ateneo popular»; la cantina de Murados era el «casino a estilo mariñano», donde sonaban las fichas del dominó sobre las mesas de mármol; el establecimiento de Severino -antiguo Carabinero Real cuya fidelidad a la República le costó persecución- centro de abastecimientos para hogares y flota; las tiendas del Chileno y Carmiña Pastor, comercios bien surtidos; pero lo mejor era como las damas veraneantes aprovechaban su estancia para dotarse con los modelos creados por los talleres de Oliva, Marita y Dorita, extraordinarias artesanas del corte y confección; o aquellas maravillosas prendas del taller de las hermanas Correa que manejaban con soltura la máquina de tricotar.

Mientras unos disfrutaban sus vacaciones, otros, en los astilleros de la ría, construían hermosas embarcaciones que seguían la tradición de aquellas Carabelas del siglo XV.