La desaparición de parte de la élite ultraconservadora altera el mapa político y puede alimentar una teoría de la conspiración
11 abr 2010 . Actualizado a las 02:53 h.Dos veces en menos de cien años ha perdido Polonia a sus élites, y las dos veces ha sido en el mismo lugar inhóspito e inesperado: en el silencioso bosque ruso de Katyn. Fue allí donde, en 1940, la policía estalinista asesinó metódicamente a la mitad de la oficialidad polaca junto con centenares de médicos, abogados e intelectuales, hasta sumar más de 20.000 cuerpos en aquel intento de privar a Polonia de sus élites militares y civiles. Es toda una crueldad del destino que, exactamente setenta años después, una parte importante de la actual élite militar y civil polaca vuelva a desaparecer en el mismo lugar, y precisamente cuando se disponían a conmemorar aquella otra masacre.
¿Qué va a pasar ahora en Polonia? Kaczynski se encontraba ya al final de su mandato y las siguientes elecciones estaban previstas para este mismo otoño; pero ahora habrá que adelantarlas porque las leyes polacas mandan que se celebren antes de 76 días. Va a ser sin duda una campaña sombría, porque dos de los candidatos principales han muerto en el accidente: el ex ministro de Defensa Jerzy Szmajdzinski y el propio presidente Kaczynski.
Mientras tanto, presidirá el país de forma interina el portavoz del Sejm (el Parlamento polaco), que, se da la circunstancia, es Bronislaw Komorowski, el tercer candidato para las presidenciales, con lo que ahora su elección se da casi por segura. Esto va a suponer un cambio considerable en la orientación política de Polonia.
Aunque la función presidencial es más bien honorífica y de representación, Kaczynski había logrado ponerla al servicio de sus ideas ultraconservadoras y sobre todo antieuropeas y antirrusas, lo que se tradujo en un enfrentamiento permanente con el primer ministro, su rival político Donald Tusk. Ayer, la agencia oficial polaca insistía en que Tusk recibió con lágrimas en los ojos la noticia del accidente. Nadie lo duda, pero la necesidad de insistir en ello tiene mucho que ver con la imagen de hostilidad mutua que proyectaban los dos políticos.
En el tortuoso mundo de lo fortuito, se podría decir que esa rivalidad es lo que ha costado la vida a Kaczynski. Tusk, que mantiene buenas relaciones con Rusia, asistió a la conmemoración de las matanzas de Katyn hace tiempo, cuando lo invitó Vladimir Putin. Kaczynski prefirió hacerlo por su cuenta, y con una delegación exclusivamente polaca para mostrar su desafío a Moscú.
Teoría de la conspiración
Aunque muy sutil, aún ayer podía percibirse el resquemor de Rusia por esto. Las autoridades rusas insinuaron que el accidente podría haberse debido a que, a pesar de los consejos de la torre de control, el piloto «decidió aterrizar por su cuenta». Es una asunto que tendrá que aclarar la investigación pericial, pero que ya apunta un serio peligro: el de que, si no hay transparencia (y tratándose de Rusia es difícil imaginar cómo podría haberla) se alimente una teoría de la conspiración.
Es toda una tentación, habiendo por medio tantas casualidades y simbolismos. Pero también porque la lista de cargos de los fallecidos no cuenta toda la historia. Lo que los había reunido en ese avión era su vinculación a la derecha nacionalista, que se ve así diezmada justo en un momento crucial de cambio político. Toda una invitación a sospechas irracionales.
Si estas prosperasen, la maldición de Katyn habría vuelto a envenenar las relaciones entre los dos vecinos justo en el momento en el que mayores esfuerzos se estaban haciendo para enmendarlas.