El prescindible encuentro en Viña del Mar

Miguel A. Murado

INTERNACIONAL

29 mar 2009 . Actualizado a las 03:00 h.

Fueron dos políticos cuya sombra se proyecta todavía en los Gobiernos de sus países los que crearon las cumbres progresistas: Bill Clinton y Tony Blair. Junto con el chileno Ricardo Lagos y el sudafricano Thabo Mbeki, Clinton y Blair intentaron en 1999 impulsar mediante estos encuentros lo que entonces se llamaba tercera vía, y que consistía básicamente en dejar a un lado la herencia de la izquierda y abrazar el estilo y el programa de gobierno de la derecha conservadora, pero sin el conservadurismo. Fue, por decirlo de alguna manera, una «desregularización» del progresismo, una operación política altamente especulativa, una burbuja que podría haber reventado como su equivalente financiero.

Esa es al menos la impresión que produce la prescindible cumbre de Viña del Mar. La presencia de solo tres líderes europeos la haría parecer un encuentro latinoamericano de no ser por la ausencia de la izquierda bolivariana de Chávez, Correa y Morales.

Ricardo Núñez, el organizador del evento, todavía no había aclarado ayer si no han querido ir o no han sido invitados, pero parece más probable lo segundo, dada la asistencia de Estados Unidos. Una asistencia, de todos modos, de bajo nivel (el vicepresidente, no el presidente). Otra muestra del escaso interés que muestra la Administración Obama por el continente en el que vive.

Al final, la reunión se ha acabado pareciendo a un encuentro preparatorio para el G-20 que empieza en Londres dentro de unos días, y aun esto con poca sustancia. De los países que están (y dejando aparte la presencia testimonial estadounidense) tan solo Gran Bretaña y Brasil tienen peso económico. El lema, «dar una respuesta progresista a la crisis», todos lo saben, es pura retórica. Sea cual sea esa respuesta progresistas es poco probable que entre en los planes de Brown, el gran timonel europeo de la crisis.

El encuentro se saldará, por tanto, con pequeñas conversaciones bilaterales sin contenido ideológico, como el roce preprogramado entre Argentina y Gran Bretaña a propósito de las Malvinas (evitan así que ocurra en el G-20) o el cerrojo a la minicrisis de Kosovo entre Madrid y Washington. Y es que se diría que, más que respuestas, el progresismo de la era Clinton-Blair lo que suscita son preguntas.