Más de 400 submarinos nucleares de EE.UU., Rusia, Reino Unido, Francia y China patrullan los oceános, cargados con gran parte de las armas atómicas de sus países
18 feb 2009 . Actualizado a las 14:45 h.Desde que en 1960, pronto hará medio siglo, una nave rusa del tipo K-8 sufriera por primera vez en el mar de Barents un fallo en el circuito de refrigeración del reactor, fatal para varios tripulantes, hasta el choque que padecieron a principios de este mes el francés Le Triomphant y el británico Vanguard, han sido documentados un mínimo de 37 accidentes en submarinos nucleares.
La idea popular sobre este tipo de siniestros quedó fijada por The Widowmaker , la película que protagonizaron hace unos años Harrison Ford y Liam Neeson, y que describe bastante libérrimamente la tragedia que se produjo dentro del K-19 , cuando la temperatura del reactor alcanzó los 800º. Pero es evidente que las causas son muy amplias y que no tienen siempre que ver con el tipo de energía que impulsa las naves.
Así, son frecuentes explosiones de torpedos como la que se llevó al fondo del mar las vidas de los 118 marineros del Kursk ruso. Pero también proliferan los incendios, los escapes de sustancias como nitrógeno o amoníaco, las colisiones y las averías irreparables que convierten a estos sumergibles en tumbas marinas colectivas. Fue el caso, por ejemplo, del USS Scorpion , al que se perdió la pista en 1968 en algún lugar próximo a las Azores con 83 tripulantes en su interior de los que nunca más se supo, tras sufrir diversas disfunciones mecánicas y desatarse un fuego de origen eléctrico.
Pese a que tras el fin de la guerra fría el número de submarinos nucleares que surcan los mares ha descendido globalmente, especialmente por el colapso de la Unión Soviética, que obligó a Moscú a retirar cerca de 200 sumergibles con esta tecnología, el montante de incidentes en que se han visto envueltos no ha dejado de aumentar. Como mínimo, son 17 los siniestros que se registraron desde 1990, con grave peligro para las tripulaciones, pero también con riesgo serio de contaminación para el entorno marino y de daño para las poblaciones de las zonas costeras.
El club de los cinco
Este crecimiento de la siniestralidad solo puede querer decir una cosa: aún a pesar del retroceso que experimentaron desde la caída del muro de Berlín, todavía siguen siendo muchos este tipo de buques. En la actualidad patrullan los oceános más de 400 submarinos nucleares pertenecientes a un club de cinco países (EE.UU., Rusia, el Reino Unido, Francia y China), en el que pretenden entrar también la India, Brasil o Argentina. Y las amenazas que transportan en su vientre no tienen que ver únicamente con el combustible que consumen.
Como explica James Clay en un informe para el think-tank norteamericano The Nuclear Security Power, cada vez se impone con más fuerza entre los cinco países citados la idea de trasladar más y más elementos de su arsenal nuclear a sus fortalezas sumergibles. Esto significa que cada vez que sufren un accidente existe un riesgo potencial de que estallen las cargas mortíferas que custodian.
El problema se ha agravado porque, ante el enorme dispendio económico que supone construir y mantener después los sumergibles nucleares, un grupo de países entre los que destacan Francia, Alemania, Rusia, Suecia o Corea del Sur han empezado a inundar el mercado con submarinos convencionales, mucho más baratos, y que sin embargo sí disponen de la tecnología necesaria para disparar misiles de crucero susceptibles de portar cargas nucleares. Esta fórmula, a la que se han adherido con compulsión países rivales como la India y su vecino Pakistán, o Israel e Irán, entre otros, está diseminando por los mares del mundo un rosario de polvorines atómicos móviles.
Se da la circunstancia de que estos submarinos adaptados son especialmente vulnerables en el momento de emerger o sumergirse, por lo que son menos seguros para las armas que portan que los emplazamientos en tierra. Esto añade a la posibilidad de que sufran accidentes, la eventualidad de que puedan ser blanco de otro tipo de acciones menos fortuitas pero no menos catastróficas.