«Otra migración, pero esta vez no hay escondite»

Manuela Araújo

INTERNACIONAL

18 ene 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Al menos 45.000 habitantes de Gaza se refugian en instalaciones de la ONU y un número incalculable buscó cobijo de las bombas en casas de familiares y vecinos. Muchos son refugiados que de nuevo han debido dejarlo todo atrás y una vez más tendrán que reconstruir sus casas y vidas.

No es raro que al preguntarle a uno por su procedencia, conteste Haifa o Akka, Lod o Ramle. No es raro que enseñe los papeles de propiedad de su casa, la oxidada llave de entrada, las fotos familiares en su jardín. Y tampoco lo es que explique que guarda vagos recuerdos de su lugar de origen o que reconozca que ni siquiera ha estado allí.

Se calcula que unos 700.000 palestinos fueron expulsados o huyeron de una guerra, la de 1948, a la que ellos llaman nakba, el desastre, y los israelíes celebran como el momento fundacional de su Estado. Desde entonces, buena parte de ellos y sus descendientes viven en campos de refugiados convertidos en infraciudades y repartidos por Jordania, el Líbano, Siria, Cisjordania y Gaza.

Su situación es de eterna provisionalidad, y su existencia, desde la escuela a la que van a los alimentos que reciben, está administrada por una agencia de la ONU creada expresamente para ellos, la UNRWA. Más de cuatro millones y medio cuentan a día de hoy con la acreditación oficial de refugiados, de los cuales un millón trescientos mil residen en campos.

El derecho al retorno

Sus recuerdos siguen vivos de generación en generación. Y la reclamación de la mayoría sigue siendo un derecho al retorno, uno de los grandes escollos de las conversaciones entre palestinos e israelíes. Estos rechazan cualquier posibilidad al respecto. Ni regreso de los refugiados a sus hogares, destruidos ya u ocupados por judíos-israelíes, ni compensaciones, ni siquiera retorno de los muertos.

«Nos gustaría que al menos nos dieran el derecho a hablar de eso en las mesas de negociaciones», explica Walid desde el campo de refugiados de Balata. Entre edificios de hormigón pelado y calles de medio metro de ancho, se levanta el centro cultural que dirige y que han bautizado como Yafa, la ciudad costera de la que proceden los refugiados y que alberga ahora elegantes galerías y restaurantes, donde vivieron sus antepasados.

Otros pueblos palestinos del actual Israel han sido borrados del mapa, se ha disipado su rastro bajo nuevas ciudades, bosques o autopistas. Y su presencia también ha desaparecido de la memoria colectiva israelí. Son pocos los libros hebreos que recuerden cómo los palestinos perdieron sus raíces.

Sesenta años después, la historia se repite ahora para muchos en la franja de Gaza. Los campos de Yabalia, Bureij o Dear al Balah, entre otros, fueron bombardeados de forma incesante estos días. «Otra nueva migración, pero esta vez no hay escondite. Estamos siendo blanco de una terrible guerra», explica Najwa Sheikh Ahmed en una carta publicada por la UNRWA. Esta vez, los refugiados deben buscar asilo cerca de sus casas porque no tienen ni el derecho a huir de Gaza.