Quizás esta sea la única buena noticia que les hayan dado a los paquistaníes en los últimos tiempos: por fin podrán ver películas indias (el llamado cine de Bollywood). Y ni siquiera es una buena noticia para todos. Este cine, con sus interminables bailes, sus heroínas pintadas como puertas y su tramas de una cursilería apabullante, ha estado prohibido desde que existe Pakistán, pero no por estética, sino por rencor al vecino y porque, al igual que el sari (también prohibido), se considera ofensivo para los musulmanes más radicales.
De hecho, la ley aclara que estas películas podrán exhibirse en Rawalpindi y el Punyab, pero jamás en Beluchistán, y no digamos en la Frontera Noroeste. Quemarían los cines, si es que queda alguno. Es en esa región, en la histórica Charsadda, la antigua capital del remoto y próspero reino de Gandara, donde un terrorista suicida mató ayer a más de veinte personas en un mitin del Partido Nacional Awami (ANP). El ANP es una organización minúscula (apenas pasa del 1% en las elecciones) y, aunque de izquierdas, sería mucho llamarla laica. De hecho, el suicida se hizo volar cuando el orador recitaba el Corán. Pero en la Frontera Noroeste no están para matices.
Con los gustos políticos pasa, en Pakistán, como con los cinematográficos: van por barrios. Ayer se felicitaban los medios de que el partido de la asesinada Benazir Bhutto, el PPP, hubiese podido celebrar su mitin en paz. Pero lo cierto es que el PPP jugaba en casa: la región de Sind son los dominios caciquiles de la familia Bhutto. En Islamabad, sin embargo, quienes lograban reunir una gran masa en ese mismo momento eran los abogados, que hacen la guerra por su cuenta al presidente Musharraf.
Trucos presidenciales
Mientras, Musharraf sigue por su parte tejiendo cuidadosamente la red que le permita ganar (o no perder demasiado claramente) las elecciones dentro de pocos días. Tiene sus trucos: se ha inventado un viaje oficial para dejar al líder de su partido como presidente en funciones, inaugurando obras públicas; está sustituyendo a todos los jueces que deberán resolver las reclamaciones electorales y, sobre todo, está empleando a fondo la única institución que en Pakistán funciona como un reloj: los servicios secretos. Esta vez parece que no es el servicio de inteligencia habitual, el ISI, el encargado de repartir sobornos, sino el más discreto IB (Oficina de Investigación).
Una bomba islamista en la Frontera Noroeste, pues, una manifestación corporativa en Islamabad, una manifestación demócrata-caciquil en el Sind... No es solo el cine lo que separa a los paquistaníes. El país se encuentra profundamente dividido entre cuatro o cinco tendencias políticas tan irreconciliables como impresentables todas ellas. Ahora es cuestión de ver si las elecciones logran, si no resolver, al menos aclarar este caos.