En julio de 1989, Perico Delgado se perdió con su bicicleta por las calles de Luxemburgo. Quería calentar antes de la contrarreloj que inauguraba el Tour de ese año, pero pronto se dio cuenta de que no conocía el camino de vuelta para recibir la cuenta atrás. La crono comenzó sin él y tardó casi tres minutos en pasar por el arco de salida. Defendía el título de campeón, pero acabó la ronda gala en tercera posición a tres minutos y medio del ganador. Su error pasó a las antologías de los despistes de los grandes acontecimientos deportivos.
A la gravilla
Casi dos décadas después, Hamilton protagonizó la que será una de las acciones más comentadas del año, especialmente si no se corona campeón. El inglés acabó, de forma incomprensible, sobre la gravilla del pit lane cuando se disponía a cambiar unos neumáticos que patinaban demasiado. Metros antes había pujado con Raikkonen y Trulli, pero nadie le molestó para irse a la gravilla. Estaba aislado de la carrera pero no de su angustia por ver cómo perdía la ventaja de las primeras vueltas. La fórmula 1 es un deporte de rapidez, pero no de prisas. Ahí acabó la carrera de Hamilton, que se negaba a abandonar el monoplaza y reclamaba a los operarios de la pista un leve empujón para seguir. No Hamilton,... la ayuda de la FIA tiene un límite.
Así, Brasil hervirá como estaba previsto el 21 de octubre. Interlagos dirá quién gana uno de los Mundiales más emocionantes de la historia. Y Alonso llega a esa última cita con bríos renovados. Él y Raikkonen son ahora dos veteranos perros de presa que persiguen a un debutante que acaba de revelar que tiene un lado débil.
Funeral en McLaren
El box de McLaren fue un funeral. Porque fue incapaz de corregir por radio las prisas de su pupilo. Y porque en la pista quedaba el díscolo Alonso, que supo navegar mejor que nadie sobre un asfalto que mezclaba cemento seco con pequeños charcos. El asturiano, que arrancaba cuarto, fue el primero en animar la carrera al superar a Massa en tres volantazos, pero el brasileño no tardó en devolver el orden de la parrilla inicial. Ésa fue la losa de Alonso, rodar tras el Ferrari mientras Hamilton y Raikkonen ponían distancia de por medio. Las escuderías trabajaban pendientes de la meteorología, y todas apostaron por mantener las mismas gomas.
Pero Hamilton, a quien le gusta recordar cada poco que es novato en la categoría, no supo cuidar el mantenimiento de las ruedas, exigiéndoles un sobreesfuerzo. Se defendió con uñas y dientes para evitar el adelantamiento de Raikkonen, y posteriormente de Trulli, cuando Alonso, que ya se había deshecho de Massa, aparecía en su retrovisor. Quizá esa imagen congeló el talento del británico para cometer, segundos después, su primer abandono de la temporada en el momento más inoportuno para él. O el más oportuno para Alonso.