El deportivismo vive falto de felicidad, esa satisfacción que despierta el entusiasmo característico en el ambiente coruñés. Los cálculos tras el descenso prometían entrar pronto en la senda que lleva arriba, ilusión bajo la cual resisten los seguidores de los equipos que caen en el pozo de Segunda, categoría en la que la felicidad resulta tan veleidosa como largo el retorno en un camino a cubrir con 42 partidos disputados a brazo partido. Y más todavía, con esa tremenda angustia del play-off, que pesa sobre uno para hundirlo al final. De esto saben mucho los seguidores del Celta.
Porque hay que entender la gravedad de la situación presente y también futura ya que son temas que, como hemos dicho en otra ocasión saltaron a la calle, en donde apenas hay división de opiniones, pues todas son coincidentes en cuanto a que el Real Club Deportivo de La Coruña está obligado a variar su comportamiento, tanto en los despachos como entidad o empresa deportiva, como también en el terreno de juego su equipo de fútbol.
Esto no ha hecho más que empezar en lo que se refiere al campeonato de Liga. Verdad que para el equipo y su objetivo de ascender hay tiempo por delante. Pero es muy cierto también que para los otros problemas, esos que pesan sobre el club como entidad el calendario corre muy en contra. Miren cuatro o cinco temporadas atrás y comparen.
De eso se habló ayer en la tertulia del café, en donde el paisano recordó que no hace tantos años las asambleas del Deportivo se celebraban en el colegio de los Salesianos, lugar céntrico y muy próximo a la familia deportivista. Esto es un recuerdo sin querer apuntar nada más.