Dicen las crónicas previas al partido de esta noche, en Glasgow, que la selección española lo tendrá muy difícil porque los escoceses animan a los suyos de tal manera que los empujan hacia campo enemigo, llevándolos al triunfo ante la impotencia del equipo adversario, cuyos jugadores se achican ante el ruidoso griterío que les llega desde las gradas. No lo crean. Esto ni siquiera es una verdad a medias.
Los partidos de fútbol se resuelven, con regularidad, a favor de los equipos que alinean jugadores de mayor calidad que el adversario. Esta afirmación tampoco se cumple siempre, y ahí tenemos la hermosa incertidumbre y emoción que reina en el fútbol en el que, en algunas ocasiones, quienes deciden son los árbitros, señalando penaltis que solo ellos ven o anulando goles que a todas luces parecen legales. Los partidos no se ganan desde el graderío. De ser esto cierto, el Betis (40 mil seguidores por partido, en su campo) no bajaría nunca a Segunda.
La selección española debe vencer hoy a Escocia. Si en Glasgow pierden los de Del Bosque, será porque no se comportaron como los campeones del mundo.