La irreductible personalidad de Iago

X.R. Castro

VIGO

Genial como futbolista, Aspas mantiene un permanente duelo diale´ctico y de gestos con los colegiados que le llevan a coleccionar tarjetas y a sufrir algunas expulsiones

18 ene 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Ha heredado de su admirado Alexander Mostovoi todo. Lo bueno y lo malo. Sus genialidades como futbolistas y su enfrentamiento permanente con el mundo. Especialmente con la parte que lleva silbato y saca tarjetas. Es Iago Aspas (Moaña, 1987), el celeste que se hizo futbolista como recogepelotas en Balaídos en los tiempos del zar y que ahora ya tiene galones en el primer equipo.

La incontinencia verbal y su braceo marcan a Iago Aspas. Es un jugador diferente y genial, pero también temperamental. Tanto, que da la impresión que ya sale del vestuario con los brazos abierto para protestar cualquier decisión. Una mezcla explosiva que llevó al ex director de la cantera celeste a proclamar que el moañés valdría 15 millones de euros si fuera argentino. Tiene los mismos genes ganadores, es proclive a la bronca ... y es genial.

Con 23 años acaba de llegar al fútbol profesional, pero en una vuelta ya colecciona siete tarjetas amarillas, una cifra de lo más considerable para un delantero. La mayoría de ellas, como no podían ser de otra manera, por protestar o por realizar «gestos de desaprobación» hacia el colegiado. Lo de dar patadas no está en su catálogo futbolístico. Muy al contrario, las lleva y eso le saca de quicio.

Ya cumplió un ciclo

A estas alturas de campeonato ya ha tenido que cumplir un partido de sanción y el sábado vivió su primera expulsión en la Liga por una doble amarilla. En el margen de tres minutos y mediatizado por un árbitro intransigente como Bernabé García. Iago no cometió la primera falta pero el trencilla le amonestó y sus objeciones no ayudaron. Una jugada después le faltó sosiego. Sacó antes de tiempo una falta después de pedir pasos -según indica el acta- y a la calle. Casi a punto de llorar por la rabia contenida. Después en la conferencia de prensa tildó de caradura al trencilla y ahora podría someterse a un segundo juicio por parte del Comité de Competición.

Pero Iago es así desde que nació. Javier Maté, que fue el artífice de ficharle para el Celta cuando tan solo tenía ocho años, ha recordando en infinidad de ocasiones su carácter. En cadetes tuvo un mal año, no jugaba y estuvo a punto de marcharse. Tuvo que acabar cedido en el Rápido de Bouzas para que calmase los ánimos. «Hubo un momento difícil en cadetes. No comencé jugando, me dejaron sin convocar para el campeonato de España y llegué a casa casi llorando. Estaba cruzado y fuimos hablar con Maté. Me dijo que aguantase un poco y ha merecido la pena», recordó el moañés poco después de cumplir su sueño de llegar al primer equipo. Más de un técnico de A Madroa ha comentado que moldear su carácter indomable parecía casi imposible. En los partidos era un volcán que nunca se sabía por donde iba a explotar.

Su fama de polémico le ha acompañado por cuantos equipos de las secciones inferiores del Celta ha pasado y le ha servido también para llevarse unas buenas reprimendas por parte de sus técnicos. En el filial incluso le había costado en más de una ocasión la titularidad pese a ser siempre uno de los jugadores más talentosos del plantel.

Luanco, último precedente

El curso pasado dejó a su equipo con diez en Luanco en la última media hora. «Devuelve el balón, hijo de puta», le espetó a un contrario según el acta arbitral. Fue la última expulsión hasta que llegó la de Balaídos. Además, una media de diez cartulinas amarillas le acompañan cada curso, y no por dar patadas precisamente. Al margen de las observaciones al árbitro, en su catálogo también el quitarse la camiseta para celebrar sus tantos.

Iago nació para ser diferente. Cualquier otro hubiese apostado por la discreción en su llegada al primer equipo, pero él lo hizo a lo grande marcando dos goles ante el Alavés en junio pasado. Unos meses después, cuando superó la lesión y pudo estrenarse en esta Liga lo primero que hizo fue ver una amarilla en Córdoba, en la cuarta jornada. Por protestar.

En el Montilivi

En la Copa del Rey, en donde ha brillado con luz propia -en especial en el Madrigal- protagonizó otro de los episodios del año. En Girona se enzarzó en una discusión permanente con el árbitro de la contienda lo que provocó que Eusebio le amenazase. O se callaba o se iba directo a la ducha. Aspas recapacitó y fue a pedirle disculpas al árbitro. Un detalle que le honra. «Empecé un poco nervioso y le pedí perdón al árbitro en el descanso. Eusebio me dijo que si continuaba así me iba a cambiar porque sino el árbitro me podía expulsar. Esto es malo para mí y pensando en mi futuro tengo que pensar en estos pequeños detalles y corregirlos».

Aunque sea un recién llegado al fútbol profesional, Iago no engaña a nadie. Tiene fama de extraordinario pelotero pero también de díscolo. Discute con los contrarios, siempre tiene una mirada para el árbitro en cada acción y los líneas de secundarios no tienen nada. Tampoco se muerde la lengua fuera del campo. Para muestra el sábado. Salió casi entre lágrimas y con una reprimenda de Eusebio, pero tras la contienda apuntó directamente al colegiado.

Propósito de enmienda

Pero al mismo tiempo, Iago sabe que tiene que cambiar, aunque quizás no sepa como hacerlo. Tiene condiciones sobrada para triunfar en el mundo del fútbol, pero necesita un poco de pausa para no caer siempre en la trampa arbitral. «Es la primera vez que me pasa desde que estoy en el primer equipo y tengo que cambiar esta dinámica. Ahora mismo soy el más jodido del vestuario», comentó el protagonista después de la contienda con la Real.

Al mismo tiempo el de Moaña es un tipo con suerte. La sanción frente al Nástic le abrió las puertas de la titularidad en Villarreal atendiendo a la política de rotaciones de Eusebio, y la roja de Gregorio Bernabé puede ser un salvoconducto para que vuelva a liarla el jueves frente al Atlético en el Calderón. Descaro y atrevimiento no le van a faltar. Lo único que necesita es un poco de sentidiño .