Y en la segunda parte resucitó

DEPORTES

La transformación deportivista tras el descanso y la estelar despliegue de Filipe revolucionaron a un equipo de dos caras

14 ene 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

La vuelta de los octavos de final de la Copa del Rey se presentaba para el Dépor con sabores encontrados: el fenomenal 1-2 del partido de ida se veía rebajado por las ocho bajas que Lotina disponía en su plantilla. Así, mientras unos recordaban que solo el Real Madrid, el Espanyol, el Valladolid y el Barcelona habían endosado esta temporada a los coruñeses dos goles (los que necesitaba el Valencia) o más, otros se lamentaban de la altísima factura en forma de lesiones que están pagando por su tremendo esfuerzo físico en la Liga.

Lotina pareció contarse entre los últimos. El mejor conocedor de su propia plantilla no cambió los planes y en Riazor dio continuidad a aquella alineación de habituales suplentes que dio en Mestalla toda una lección. Es cierto que muchos de los futbolistas que asistieron a la remontada rival en solo 28 minutos habían acabado el partido de hace una semana en Valencia con un dorado sobresaliente. En una primera parte nefasta ayer el Dépor se convirtió en un equipo comatoso, que no fue capaz ni tan siquiera de dar cuatro pases seguidos.

El Valencia, que desde la época de Benítez se ha acostumbrado a basar sus éxitos en el juego a la contra, se sacó dos goles de la nada. Un error de Manu, a quien se le coló entre las manos un cabezazo blandito de Zigic, y otro de Manuel Pablo y Filipe, que se quedaron mirando a Miguel mientras ponía en la cabeza del gigante serbio el segundo, dieron al traste con el 1-2 de la ida.

Resurrección

Y la eliminatoria volvía a empezar. En medio del pesimismo en el bando deportivista solo dos personas se dieron cuenta de que quedaban 45 minutos: Lotina y Filipe. El técnico recargó en el descanso las pilas de su equipo, que de muerto pasó a pletórico. ¿Qué táctica psicológica utilizó? Una fue pública: la de esperar tras el descanso sobre el campo a un rival que ya se relamía con el triunfo.

Filipe se encargó de plasmar que la machada era posible. Jugó de todo menos en su posición habitual, la de lateral zurdo. Se le vio en el extremo, pegado a la línea de cal, pero también en la mediapunta y hasta de delantero centro. El caso es que se convirtió en la peor pesadilla del Valencia. Fue el jugador del partido, el que contagió al resto de que el rival tendría que sudar sangre para eliminar al Dépor. Los cuartos de final fueron el premio a su valentía.