Pekín abraza al mundo en sus Juegos

Paulo Alonso Enviado especial

DEPORTES

La Voz de Galicia ya está en Pekín para retransmitir las Olimpiadas. Paulo Alonso, redactor de Deportes, nos cuenta desde hoy el ambiente que se vive en la capital a la espera de que empiecen los Juegos.

01 ago 2008 . Actualizado a las 13:06 h.

Por la plaza de Tiananmen, el corazón de Pekín, pasan miles de turistas a siete días de la inauguración de los Juegos. La mayoría, sobre todo chinos de otras partes del país, no se fotografía con los grandes símbolos oficiales. Sino que se arremolinan junto a los mosaicos de flores con motivos olímpicos y el gran reloj que cuenta los segundos que faltan para la ceremonia de inauguración del viernes próximo. El entusiasmo de los jóvenes con la apertura de Pekín al mundo es tal que deja estampas insólitas. Como la de un par de grupos de niñas que, a falta todavía de grandes estrellas, piden con la mejor educación y la mayor sonrisa una foto junto a dos gallegos que charlan en un banco. Cosas de ser diferente.

La capital china desprende cariño durante estos días, tanto que da un enorme abrazo al mundo, del que pocas veces ha estado tan cerca como este mes.

Una inversión de más de 40.000 millones de dólares garantizaba una organización grandiosa, pero el entusiasmo que se palpa en las calles le da una vida que no paga el dinero. Al margen de la China oficial, la de la calle disfruta con los Juegos. Miles de personas visitan a diario el gran parque olímpico, donde relucen el Nido y el Cubo del Agua. Las sedes están listas hace semanas. Y quizá solo se echa en falta que la seguridad -casi obsesiva para la organización- permitiese un contacto más natural entre deportistas, pekineses y visitantes.

En la calle ayuda a todos un ejército de voluntarios, hasta cien mil. Sus camisetas se ven en los lugares más frecuentados de este gigante de 18 millones de habitantes. Además, los jóvenes chinos abordan de forma espontánea a cualquier extranjero despistado. Después de ofrecerse, se empeñan no ya en indicar el camino, sino en acompañar al visitante allá adonde vaya. Incluso aunque no quiera.

Pekín vive en la calle y eso ayuda a dar calor al acontecimiento que empezará en siete días: con el ordenado caos que forman las miles de bicicletas y coches sin que se vean accidentes; con niños y mayores jugando en los aparatos de gimnasia instalados al aire libre; con mucho dinamismo; y con flores, muchas flores, cuarenta millones de flores que se siguen colocando. Para bien o para mal, Pekín puede haber perdido parte de su encanto con la parafernalia olímpica. Es una ciudad de rascacielos, avenidas anchas, limpia como ya les gustaría a muchas capitales europeas, y a la vista no se ve ni venta callejera ni pintadas.

Todo está preparado para la inauguración. No hay entradas en Pekín. Siete millones se pusieron a la venta y ya se agotaron. No habrá cemento, y es que la organización quiso esta vez que los Juegos fuesen fundamentalmente para los chinos. Y los chinos parecen encantados. Por lo menos, así lo hacen ver cada vez que se cruzan con un extranjero por la calle.