Pekín se hace un lavado de cara con el fin de ofrecer una imagen moderna, occidentalizada y segura

La Voz

DEPORTES

13 jul 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

El Gobierno chino está realizando una intensa labor propagandística y promocional de su capital, Pekín, con la intención de vencer las reticencias de los visitantes ante la falta de libertades individuales en la República Popular.

Con diecisiete millones de habitantes, la sede de los Juegos Olímpicos ha hecho un esfuerzo aperturista con efectos temporales que pasa por la occidentalización (renunciando a ciertas costumbres locales como la degustación de carne de perro), la mejora ambiental (reduciendo la contaminación atmosférica) y la seguridad. En este último apartado, las autoridades han decidido cerrar los accesos a Pekín por carretera y ferrocarril; instalar controles en los estadios idénticos a los de los aeropuertos; restringir la concesión de visados; y cerrar peluquerías, prostíbulos, bares y discotecas.

Así, en estos momentos, Pekín muestra acentuados contrastes entre modernidad e historia, riqueza y pobreza, y caos y orden. Las callejuelas comparten capital con los rascacielos y los estadios futuristas; el Pekín imperial acoge, pocas manzanas más allá, atascos y aglomeraciones inimaginables.

Frente a la Ciudad Prohibida, el Templo del Cielo, el Palacio de Verano y Tiananmen, contrastan la tercera terminal del aeropuerto (en forma de alas de dragón), la sede de la televisión estatal, y el Gran Teatro Nacional (el Huevo).