Estimado y querido reverendo don Francisco: sus feligreses y amigos queremos rendirle este sencillo pero muy merecido homenaje en el 50 aniversario de su ordenación sacerdotal.
Permítanos hacer una breve semblanza de lo acaecido durante estas cinco décadas: ingresó en el seminario de Santiago en 1948, recibió el sacramento del orden, que le configuraba como un hombre nuevo, hombre consagrado a Dios, «Sacerdos in aeternum» (sacerdote para toda la eternidad), con la imposición de las manos de Miguel Novoa Santos, obispo auxiliar de la diócesis de Santiago, junto con 62 compañeros de su mismo curso. Fue trasladado a Salamanca, donde perfeccionó su formación realizando estudios de Teología Pastoral en la Universidad Pontificia. Después fue destinado para desarrollar su labor pastoral en las parroquias de Cabovilaño, Golmar, Soutullo, San Xulián de Vigo, Salgueiros y, posteriormente, en San Esteban de Cesullas. Se hizo cargo de nuestra parroquia en diciembre de 1977, en tiempos de dificultad, en la Transición, y tuvo que continuar con la labor de su predecesor, don Saturnino Cuíñas, que le dejaba el listón muy alto y, además, los recursos eran muy escasos. Enseguida se dio cuenta de que en la parroquia tenía tres grupos sociales bien diferenciados: «labregos, ferreiros e xente do mar», e inteligentemente los estudió a cada uno de ellos por separado, respetando sus peculiares características, y no intentó mezclarlos. Actuó sabiamente.
Durante los 34 años que lleva como pastor de este rebaño que el Señor le encomendó realizó muchas y buenas obras y sería muy largo enumerarlas. No obstante, queremos recordarle las principales, que nunca se realizarían si no fuese por su tesón y la fe que tenía en la ayuda de Dios. Con lo primero que se encontró en 1978 fue con la romería de San Fins, una de las más importantes «e enxebres da comarca de Bergantiños», y aquí empezaron los problemas, pues las fuerzas laicistas, socialmente politizadas, empezaron a actuar en contra de las tradiciones y costumbres con el fin de hacer desaparecer la romería y entregarla al dios Baco y a sus desenfrenos. Pero usted solo, año tras año con la fe puesta en Dios y en su providencia, teniendo siempre presente el salmo de «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿quién me hará temblar?», logró «casi» hacer desaparecer el peligro que se cernía sobre la romería.
Aumentó y modernizó el cementerio parroquial, restauró la iglesia, fundó Cáritas y el coro parroquial... No queremos pasar por alto la construcción de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen de Neaño, que también trajo consigo sus polémicas, pero que usted con paciencia, sentido del humor y simpatía, supo solventar.
Don Francisco, los feligreses, además de estarle agradecidos, tenemos la convicción de que obró siempre con amor hacia nosotros, procurando siempre que reinara la paz y la alegría, siempre con visión sobrenatural y, de acuerdo con el libro de la sabiduría, con inteligencia y eficacia humana.
No queremos terminar estas sinceras palabras sin tener un cariñoso recuerdo para nuestros seres queridos que nos han precedido, teniendo un especial recuerdo para la señora María, que tanto le cuidó. Como decía san Agustín, «los muertos son invisibles, pero no ausentes».
Reciba nuestra cariñosa y sincera felicitación y le pedimos al Señor y a su Santísima Madre y a san Esteban que le guarde de todo mal y esté con nosotros muchos años más. ¡Gracias!