La Fundación Juan March publica una antología de la obra de Molina

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro FERROL/LA VOZ.

CULTURA

«He regresado a lo que siempre fue mi verdadera vocación», afirma el escritor y ex ministro

23 nov 2010 . Actualizado a las 02:46 h.

La Fundación Juan March acaba de sacar a la luz una antología de la obra de César Antonio Molina en la que reúne una selección de poemas, textos ensayísticos e incluso fragmentos de sus memorias de ficción (por tanto, también de su narrativa) cuya tirada se distribuirá en buena parte entre universidades y centros de investigación de todo el mundo, si bien en España y los países de habla castellana también habrá en breve ejemplares para las más importantes bibliotecas.

«En cierta manera, aquí está todo», señala el escritor y ex ministro de Cultura, al tiempo que reivindica su triple condición de poeta, de narrador al que no asusta el fermento de la memoria y, por último, de pensador que convierte en un espacio para la reflexión la escritura. «He regresado -dice Molina, que no parece añorar en exceso, por cierto, su paso por la política- a lo que siempre fue mi verdadera vocación: la literatura, la docencia en la universidad, la gestión de la cultura...». Plenamente convencido de que «la cultura es lo más valioso que tenemos», el escritor recuerda que entre sus máximos objetivos se encuentra ahora abrirle a la lectura tantas puertas como, a lo largo y ancho del mundo, pueda.

Trece de los poemas incluidos en el libro estaban, hasta ahora, inéditos; al igual que alguno de los fragmentos de las memorias de ficción que la Fundación March ha integrado en este volumen. Entre los versos que se publican por primera vez en la obra que saca a la luz la Fundación Juan March se encuentran los del poema que lleva por título Pasos más allá : «Orillas del Tíber / puente Garibaldi / pasos más allá en dirección al Aventino / en el Lungotevere dei Cenci / la isla hospital la iglesia San Bartolomé / la herencia del antiguo Asclepeion / la nave construida en sus rebordes con piedra travertina...».

Abriendo el libro, casi a manera de pórtico, está un texto en el que, ya en la primera línea, Molina cita a su admirado Montaigne. En realidad, lo cita ya al comienzo de esa línea primera, porque es su nombre lo que escribió, antes que cualquier otra palabra, el autor de Eume : «Montaigne, en sus Ensayos , me enseñó que el consuelo no está en el vivir sino en el aprender a morir», dice.

Habla también, allí, de cómo en Maurice Blanchot aprendió que «el escribir no es dejar huellas, sino borrarlas», y de lo mucho que en la «soledad de la obra» hay de ilegibilidad, de inacabamiento, de un «ser tan inútil como indemostrable». Aunque, a pesar de todo ello, añade, no es otro que el poeta quien conforme escribe «entiende un lenguaje sin sentido». No deja de citar César Antonio Molina a Hölderlin, a Mallarmé, a Kafka, a Veléry, a Rilke... Y, con ellos, a Heidegger y a Hölderlin, a Eliot y a Pound, a Paul Celan y a Fernando Pessoa. Todo ello, al tiempo que también él se pregunta «para qué poetas en tiempos de penuria», para recordar, inmediatamente después, de nuevo él, la importancia de llenar el «vacío de lo sagrado». No olvida citar tampoco, Molina, a Joseph Campbell, para quien «la poesía está más allá incluso del concepto de realidad», de manera que «trasciende todo pensamiento».

Él, por su parte, reivindica una escritura que tiene su origen en la antigüedad clásica y que quiere ser parte del diálogo entre la naturaleza y las «fuerzas que mueven su enigma». «Una poesía -viene a decir Molina- del panteísmo, del paganismo mezclado con nuestro mundo contemporáneo. Clásica y moderna a la vez; es decir, de cualquier tiempo».