«Putón, religiosa y que parezca un travesti», la chica ideal del gallego de «Quién quiere casarse con mi hijo»

La Voz REDACCIÓN

TELEVISIÓN

El requisito devoto lo pone su madre, María José. Ambos integran una de las cinco parejas protagonistas de la nueva temporada del programa de Cuatro, que se completa con un millonario, un solterón, un mister homosexual, un friki del séptimo arte y sus respectivas progenitoras

15 ene 2015 . Actualizado a las 17:33 h.

Los devotos de Quién quiere casarse con mi hijo están de enhorabuena. La cuarta edición del programa de Cuatro para encontrar el amor ha vuelto a la parrilla más apetecible que nunca. En sus filas, un nuevo gallego -primero fue el ferrolano Pedriño, después el coruñés Roi- intentará dar con la mujer de su vida. Lo hará, tal y como las normas del concurso lo exigen, con la ayuda de su madre. «Exuberantes, llamativas, que estén operadas y que parezcan travestis, pero que no lo sean», son los requisitos del vigués, Daniel para los amigos, Markus -su nombre artístico- para el resto del mundo. «Busco un putón, pero un putón que también sea familiar», apostilló en el primer programa, que la cadena emitió este miércoles por la noche.

La presentación de la cuarta generación de tróspidos cosechó un 13,7 % de cuota de pantalla, el segundo mejor dato de audiencia de la historia de Quién quiere casarse con mi hijo, pero más destacable fue su impacto en las redes sociales. El formato ha conseguido convertirse, a lo largo de los últimos años, en un fértil generador de comentarios, burlas y chistes ingeniosos. Apenas unos minutos necesitó anoche el hashtag #vuelveQQCCMH para escalar hasta los primeros puestos de los Trending Topics españoles y todavía ahora corona el significativo listado, termómetro de los temas que suscitan mayor interés entre los internautas.

Un millonario, un solterón, un míster homosexual, un friki del séptimo arte y el modelo gallego con doble nombre componen el grupo de los solteros de oro del 2015. El vigués se llama Daniel, pero cuando recaló en Madrid para hacer sus pinitos en el mundo de las pasarelas, alguien que al parecer sabía del tema le recomendó que, como tenía cara de rumano, le vendría bien cambiarse el nombre a Markus. Así que ahora es Daniel Markus. O Markus Daniel. O Daniel y Markus. Le acompaña en esta correría amorosa su madre, María José, una agente de seguros de 57 años, dueña de una «perra racista». Él se define como exigente, ordenado, limpio y maniático. «No me gusta andar con gente fea -asegura ante las cámaras sin ningún tipo de reparo-. En el Facebook, por ejemplo, solo acepto a gente guapa». Humildad en estado puro.

El rollo operado le gusta mucho a Markus, «de esas que parezcan travestis, pero que no lo sean, claro», «llamativas», «putones, pero putones familiares». A sus requisitos se suma uno más, de boca de su madre: «Y si puede ser que sean religiosas, que a mi me gusta ir a misa». Las notas al pie de María José no se quedaron ahí. «Tú imagínate, que como soy gallega, que no les guste», reflexionó la madre de Markus en el primer contacto con las candidatas a robarle el corazón al chico de Vigo de las que Markus no consiguió recordar ni un solo nombre.

El bando de esta suerte de tronistas estrafalarios que tienen por consejera sentimental a su mismísima madre se completa con David (y su madre, María Rosa), Diego (y Estrella), Sandro (y Rosa) y Rafa (y María Luisa). David se siente desplazado en su grupo de colegas, que ya están casados y criando a pequeñas personitas. Llega a Quién quiere casarse con mi hijo con su madre, una conocida tarotista de televisión. Quiere una mujer como ella, reconoce; no con dotes videntes, sino alguien que le apoye siempre y que le ayude con las cosas de la casa. Lavar los platos y recoger las cosas. Además, a David le hubiese gustado ser un ave o un caballo, y está seguro de que su punto fuerte son su ojos.

Luego apareció Diego y dijo «la frase»: «Mis amigos y yo somos como la Generación del 27 pero en subnormal». La afirmación, repetida y diseccionada hasta la saciedad en Twitter, intentaba explicar con poco éxito sus aspiraciones artísticas. Se dedica a dirigir cortos que, luego, sus amigos califican de esta manera de «basura». «Me dicen que han perdido muchos minutos de sus vidas en hacer algo más útil». Busca una mujer rara, que pueda convertirse en su musa, por lo que finalmente se decantó por Nuria, Ana, Yasmina, Ivana, Beatriz y Angie. Dejó fuera a la más excéntrica de todas, Rosa, una chica que entró armada con una fusta del color de su nombre, asegurando que, a pesar de ser virgen, es una fanática de la trilogía Cincuenta sombras de Grey.

Elmíster gay se llama Sandro, sonríe mucho, y aspira a encontrar un hombre romántico que le pida matrimonio bajo la Torre Eiffel. Sus pretendientes fueron lo mejor de la noche y, previsiblemente, un gran filón en programas futuros. Mosqueos porque algunos ya están demasiado juntos; un fanático de la movida, maquillado y con tacones; otro míster; o un artista (ya descartado) que confesó pintar en ocasiones con su propia sangre.

Y el atractivo Rafa tiene 21 años y tres empresas ya. Dicen del «millonetis» que es superdotado (mental). Habla como Aída Nízar de sí mismo en tercera persona: «Rafa cree en sí mismo, y después en Dios». El cupo de pasta y egocentrismo está cubierto con este chico de Marbella que, además, confiesa que se cuida con celo, luce la nuca rapada y una pequeña coleta en la zona superior. Se empeña en asegurar que no busca a una chica que le quiera por su dinero, pero cuando tiene que enumerar lo que le puede ofrecer a la mujer de su vida es la lista de las marcas de sus coches lo primero que sale por su boca. «A una chica le puedo ofrecer: mi cariño, un Ferrari, un Mercedes, otro Ferrari...»

Como en las ediciones anteriores, el arranque de la cuarta entrega de Quién quiere casarse con mi hijo, en el que los cinco chicos tuvieron que quedarse con cinco de sus diez pretendientas/es, estuvo salpicada de disparatadas declaraciones que durante casi dos horas mantuvieron a los telespectadores a carcajada limpia. «Tengo fobia a la pobreza», «No soy indepediente, soy dependiente... trabajo en una tienda de ropa» o «No tiene dos dedos de enfrente», algunos ejemplos.