De la oleada de emigrantes de los años setenta a la nueva diáspora de la crisis

Por Xosé Vázquez Gago

SANTIAGO

Han pasado cuatro décadas desde las grandes mareas de expatriados a la capital británica, que todavía acoge a miles de ellos y a sus descendientes, la mayoría deseosos de volver a Galicia; pero las dificultades económicas están provocando otra nueva ola de jóvenes en busca de oportunidades laborales en tierra extranjera

03 jul 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

«Nos anos do bum da emigración galega eu atendía unhas 300 vodas ao ano en Londres». Ernesto Payo Atanes, el último sacerdote que queda en la Capellanía Española de la capital británica, recuerda los bailes que se celebraban en los salones de la institución en los setenta: «Os curas estábamos encargados de que non se desen bicos. 'Ao parque, ide para o parque', lles dicíamos».

Ernesto, vecino de Salgueira de Monterrei, Ourense, llegó a Londres en 1971 destinado a la capellanía que los padres Paúles dedicaron a atender a los emigrantes a partir de 1962. Como sacerdote, conoce las aventuras y desventuras de la diáspora gallega en el centro del Reino Unido, de bodas a funerales pasando por celebraciones, como el Día de Galicia, organizado por el Centro Gallego de Londres. Fiesta que hoy se celebra en el Instituto Vicente Cañada Blanch con seis días de retraso a causa de los inconvenientes puestos por la dirección del centro. Ernesto recuerda que muchos emigrantes fueron víctimas de «mafias». Sacaban dinero a la gente ofreciéndoles trabajos falsos. «Dicíanlles: 'Tes traballo no hotel tal en Escocia', chegaban alí e non existía nin o hotel», o amontonaban a familias enteras en un dormitorio. Una vez, un incendio obligó a tres matrimonios a tirarse por la ventana; murieron «ensartados nas verxas» que rodean los típicos edificios ingleses. La comunidad hizo una colecta para ayudar a los huérfanos. Los emigrantes más antiguos que recuerda eran refugiados de la Guerra Civil. El primer entierro que ofició era de uno de ellos. Reconoce que «non sabía moi ben que dicir», pero acabó haciéndose «amigo da familia». Los refugiados usaban «nomes falsos» y tenían «un medo terrible de Franco». Cuando se dictó la ley que les permitía volver a España «moitos tiñan que beber antes de subir ao avión».

galicia en su alma artística. María Martínez, cantando con su grupo en una actuación callejera. Ella siente que su identidad «é galega, e case máis aínda polo feito de emigrar, que é algo moi galego». Esa identidad se refleja incluso en sus pinturas: «Ás veces doume conta de que recordan ao encaixe de bolillos».

La emigración a Alemania fue controlada por el Estado, pero al Reino Unido se llegaba por el boca a boca. «Chegaba un de Camariñas, collía traballo nun restaurante e chamaba á familia para que viñese, que xa os colocaba el». Lo peor era la gente que se iba de Galicia dejando allí los hijos: «Era un gran trauma para eles e para os rapaces, unha nostalxia terrible que deixou marcados a moitos».

La mayoría trabajaban en hoteles y hospitales, se casaban con otros gallegos o portugueses y quisieron enterrarse en Galicia. «En Londres non hai cemiterio galego, cando a familia non tiña cartos na misa facíamos unha colecta para pagar o traslado e o enterro en Galicia, moitas veces con iso chegaba», recuerda Ernesto.

Muchos han vuelto a Galicia, pero muchos siguen en Gran Bretaña. «Teñen aquí aos fillos e voltar para alí tras 30 ou 40 anos fóra... é difícil». Sin embargo, «nunca renunciaron á cultura galega, loitaron para mantela e conservar a lingua». Sus hijos, a los que Ernesto dio clase en el Instituto Español, «manteñen esa identidade e, ás veces, viaxan a Galicia máis que os seus pais». La fuerte movilización en la Red para que se pudiese celebrar hoy el Día de Galicia en Londres es otro ejemplo, cuenta el sacerdote.

Contrato bajo el brazo

María Martínez Trillo y María Jesús Rodríguez Freire son un ejemplo de ese apego a las raíces. Ambas hablan un gallego capaz de convertir Mayfair en un rincón de la Costa da Morte y las dos son herederas de familias emigrantes.

La falta de oportunidades laborales frustra ese deseo que tienen muchos hijos de emigrantes. «Se houbese traballo, a maioría voltarían», dice Ernesto. Pero el sacerdote advierte que la tendencia es la inversa. «Está chegando moita xente outra vez, e isto xa non é como nos setenta, é difícil atopar traballo e moitos o están moi mal».

Entre los recién llegados, algunos aparecen con el contrato bajo el brazo, como David Vega o Miguel Ángel Montenegro, y otros vienen a estudiar inglés o hacer estudios de posgrado. Pero también «hai xente, moita xente, que acaba vivindo da beneficencia, na rúa, xente con títulos universitarios», cuenta Ernesto. Muchos de ellos se resisten a ser repatriados por el Consulado, tienen la esperanza de encontrar trabajo en Gran Bretaña «e saben que en España o van ter máis complicado».

Esta nueva diáspora que, en la mayoría de casos, le vaya bien o mal, se relaciona poco o nada con las instituciones creadas por los emigrantes de los setenta como el Centro Galego, es un indicio, afirma el sacerdote, de que Galicia y España están «ante unha xeración perdida».