30 ene 2021 . Actualizado a las 20:52 h.

Soy de las decepcionadas con las habilidades del robot de cocina más famoso del mercado. Los superfans del ingenio tienden a hablar del superaparato como si en su mecanismo ocultara un ejército de cocineros, carniceros, pescantinas y panaderos capaces de transformar materias muy primas en suculentas y humeantes viandas prestas a ser degustadas sin haber tocado ni un botón de la vitro ni empuñado una puntilla para desollar una patata. Más que clientes, son beatos de la termo dispuestos a blandirse en duelo religioso contra quien ose contradecir las virtudes del artilugio, con el que parecen haber establecido una relación carnal que a veces roza lo pornográfico.

Conscientes del poder que ejercen sobre sus feligreses, el robot alemán mantiene viva la llama de la exclusividad convencidos de que son la única religión verdadera. Es una nueva guerra de credos que se libra en los juzgados del mundo y que de momento va ganando de calle Thermomix, amenazada constantemente por robots más asequibles, adaptados a tiempos de ajustes y relaciones ligeras. Igual que algunos cultos nuevos conviven mejor con las tensiones del presente que los viejazos, en discusión permanente con la modernidad, cuando no con la ley, los pizpiretos nuevos robots de cocina se adaptan mejor a este presente de ertes y unidades de convivencia. El maquinicho de Lidl, ilegalizado estos días por un juez catalán, convocó en Navidad a un número impresionante de apóstatas de la Termo que hicieron colas de horas para ser aceptados en las filas de un culto nuevo, alemán como el anterior pero con menos remilgos. El ímpetu de estos chaqueteros del robot de cocina fue tal que hubo quien contravino las leyes generales de la pandemia una sola vez para salir de casa antes de que decayera el toque de queda y plantarse de primera en la cola del neorrobot. En la retaguardia de este febril ejército de feligreses se pactaban estrategias de alcance de los objetivos mediante despliegues tácticos que ríete tú de Napoleón.

Con la sentencia catalana este deseado dios de las cocinas se ha quedado en tierra ilegal, lo que puede ser todo un aliciente para permanecer a su lado.

En los tiempos oscuros del covid, regocija ver lo que algunos son capaces de hacer por una croqueta