En la casa de Hilda está muy presente el recuerdo de Secundino Couto, el último alcalde republicano-socialista del ayuntamiento de Ponte Canedo. Él era el padre de su marido, Luis. Y Luis, mientras devolvía respuestas escritas a una mujer a la que no conocía, pero que era su salvavidas para sobrellevar el día a día, revisaba cada día las noticias sobre los fusilamientos durante la guerra, con la esperanza de que ninguno le hubiese tocado a su padre. Hilda lo cuenta con toda la entereza que puede porque sabe que él lo pasó mal. Por eso, nunca se olvidó de reiterar a sus dos hijas, Marisa e Hilde, la importancia de exprimir la vida hasta el último minuto. Y el testigo de las tres lo ha recogido su nieto, Brais, fotoperiodista. En la salita de Hilda, una foto de ambos, sonriendo cabeza con cabeza, ahonda en esa filosofía. Y en la cuenta de Instagram de Brais, una de sus primeras publicaciones es precisamente con ella. «Mi segunda madre me recuerda cada vez que la visito que no hay que dejar nada en el tintero», reza en ella. «A él siempre le digo cosas», dice Hilda riendo.
Queda pendiente saber cuándo volverá a Cuba. Aunque sea por unos días. Ella dice sentir algo de morriña por la isla. Cuenta que estaría encantada de volver, de contemplar de nuevo el Malecón de La Habana. «Hay que organizar algo cuando esto mejore», dice su hija Hilde. Su familia, en el salón, le hace ver que, mientras sigue soplando velas, aún está a tiempo. Porque a Hilda, la centenaria de A Ponte, le queda cuerda para rato.