MARIA PEDREDA

15 dic 2019 . Actualizado a las 19:21 h.

Cuando Juan escribió el Apocalipsis todavía no se había inventado el teléfono ni las llamadas en espera. De ser así, una de las Siete Trompetas sería una máquina de atención al cliente: «Pulse 1, pulse 2, pulse 3, pronuncie alto y claro su fecha de nacimiento». Empresas que se gastan millones en márketing despedazan su imagen pública con ordenadores de voz metálica que te comunican durante horas que todas las líneas están ocupadas o que reclaman datos personales con una insistencia impasible. Nos hemos acostumbrado a interaccionar con máquinas con una docilidad pasmosa fruto de un punto de vista sobre la modernidad que muchas veces nos convierte en imbéciles concentrados en dar explicaciones a un teléfono que no entiende más que lo que tiene programado.

Las modalidades de este acoso telefónico son variadas y cada día más asombrosas. Está, por ejemplo, la marcación predictiva a la que recurren los call center de muchas empresas para, según ellos, optimizar la relación con sus clientes. En realidad lo que sucede es que puedes recibir llamadas de cualquier tipo de compañía a la hora más inconveniente y que no conteste nadie, o que alguien -esta vez sí con apariencia de voz humana- suelte un rollo memorizado -con apariencia de máquina- que desarrolla en ti cualquier cosa menos la predisposición a comprar o contratar nada.

Estamos avisados sobre la revolución de la robótica y la irrupción de un mundo nuevo dominado por las máquinas, pero convivimos ya con más robots de los que nos imaginamos. Asombra, por ejemplo, esa relación íntima que muchos desarrollan con sus asistentes telefónicos, con los que se les escucha un tono conciliador que desdeñan con sus congéneres y que en ocasiones destila un amor metálico destinado a crecer. Hasta consienten que ese flujo que en el fondo es amoroso sea grabado y escuchado más allá del hogar en una intromisión de la intimidad tremenda que no estamos denunciando con el ruido suficiente. No quiero pensar qué sucederá cuando esos asistentes desarrollen una tangibilidad digital que aumente exponencialmente el nivel de satisfacción de sus dueños y la inteligencia artificial supere a muchas de las inteligencias biológicas, cosa que en algunos casos es bastante fácil de predecir.

No se trata, desde luego, de ponerle puertas al futuro ni de rechazar todas las cosas buenas que nos aguardan, pero resulta desolador comprobar el grado de sumisión de los humanos ante un simple teléfono al que le pedimos una cita. Es inevitable sospechar que ese servilismo del que alguien se aprovechará está condenado a crecer. Y crecer. Pulse 1.