Me riñe la boticaria porque el jamón York no es jamón. Y me riñe porque comer galletas es irresponsable.
Me riñe el cardiólogo porque no hago deporte ningún día pero también me riñe si lo hago un día a la semana porque puede ser letal para mi corazón.
Me riñe la OMS si soy sedentaria y me riñe si soy miope porque soy sedentaria.
Me riñen los partidos políticos porque no voto bien. Me riñen y me obligan a estar votando todo el rato hasta que me corrija.
Me riñen porque no separo la basura o porque deposito el tetrabrik en el cubo amarillo. Me riñe muchísimo Greta.
Me riñen en la cola del súper porque no llevo una bolsa de tela en el bolso. Me riñen porque tengo que comprar un saco de plástico o trasladar la compra como una equilibrista.
Me riñen si mi lenguaje es inclusivo y me riñen si mi lenguaje no lo es.
Me riñen si engordo porque no es sano y me riñen si adelgazo por si oculta gordofobia.
Me riñe Ryanair si mi maleta es ancha y me riñe el policía del aeropuerto si no me descalzo.
Me riñen si paso de la crisis que viene y me riñen si no paso. Me riñen porque dejo de consumir y entonces soy yo la responsable de la crisis que viene.
Me riñen si como pulpo porque lo agoto; si como lubina de piscifactoría porque tiene grasa y si la como salvaje porque es para ricos.
Me riñen si veo cine comercial por vulgar y si lo veo de autor, por pretenciosa.
Me riñen si odio el fútbol por ir de guay y si me flipa por ser vulgar.
Me riñen si abandono el papel por inconsistente y si me aferro a él, por antigua.
Me riñen si desprecio lo digital por anacrónica y si me entrego al móvil por alienada.
Me riñen si voto por sumisa y si no voto por irresponsable.
Me riñen si estudio una carrera por poco práctica y si opto por FP por poco ambiciosa.
Me riñen si tengo redes sociales por exhibicionista y si no las tengo por desconectada.
Me riñen si no como ramen por antigua y si lo como por pija.
Me riñen. Todo el tiempo.