Ellos hacen sonar la madera

Marina Chiavegatto

YES

Marina Chiavegatto / Emilio Cerviño / César Domínguez

Lo suyo son los moldes. Las virutas, los tacos de madera, las cuerdas y el barniz. Desde Allariz, Soutomaior o incluso desde una aldea en Bueu ellos exportan sus instrumentos a todo el mundo

18 feb 2017 . Actualizado a las 13:03 h.

Tienen entre 35 y 40 años, viven rodeados de las nuevas tecnologías pero han decido alejarse de ese mundo. Prefieren el tacto, la madera, la talla y el instinto. Ismael, Luis, Jaime y José pertenecen a la nueva generación de lutiers gallegos. La historia de muchos de ellos empieza en Vigo, en la Escola Municipal de Artes e Oficios. «Yo era gaiteiro y quería hacer gaitas -cuenta Jaime Rebollo-, pero me quedé sin plaza. Todavía quedaba un hueco libre para la construcción de zanfonas y pensé: «A mí me vale». Y así, sin saberlo, este lutier descubrió su vocación. «Siempre me pareció mágico lo que los artesanos hacían con un trozo de madera», confiesa. La vocación de Ismael Vaz Varela fue, por su parte, fruto de la crisis. «Eu traballaba en restauración pero cos recortes en Cultura a maioría das empresas quebraron e eu quedei na rúa», argumenta. Entonces ya le fascinaban los instrumentos de la música barroca y medieval. La decisión de seguir por ese camino surgió cuando el intérprete Baldomero Barciela decidió grabar un cedé con una de sus creaciones y le animó a acercarse a conocer la variante de música antigua que acababa de estrenarse en el conservatorio de Pontevedra. Y allí fue dónde Ismael encontró su hueco de mercado. «Actualmente o 90% dos meus clientes vén do conservatorio. É moi ilusionante ver a cara dun neno cando recibe a súa primeira viola da gamba». Este instrumento de arco que se toca apoyado en las piernas es su producto estrella pero no el único. El artesano tiene ahora mismo en manos un proyecto con Carlos Núñez para crear réplicas de los instrumentos medievales del Pórtico da Gloria.

PACO RODRÍGUEZ

El violín, el rey

José Catoira es hijo de la Escola de Artes e Oficios. Allí aprendió a hacer arpas: «Me pareció que tenían un mercado potencial más limitado. Empecé a ver otras opciones y el violín me fascinó. Es el rey, el instrumento más complejo, el mejor -opina-. Es de los pocos objetos en la historia de Europa que no ha variado en los últimos 500 años». Como en Galicia no había formación, se fue a Londres. Allí aprendió de los mejores y se costeó los estudios haciendo muebles en una carpintería. De Inglaterra a EE. UU. y luego de vuelta a Galicia. «Volví a casa de forma provisional mientras gestionaba la visa de trabajo para EE. UU. -relata Catoira-, pero nada más llegar empecé a recibir encargos y me di cuenta de que mi sitio estaba aquí».

XOAN CARLOS GIL

Mano de «arpeiro»

A Luís Martíns, más que lutier, le gusta definirse como «artesán» o «arpeiro». Su vocación empezó por una cuestión de dinero. «Estaba facendo clases de arpa pero comprar o instrumento era moi caro, así que dixen: ‘Eu fágome unha’ -cuenta-. Empecei a medir todo o que había por alí e construín a miña primeira arpa». El resultado le gustó a sus compañeros de la escuela y ahí surgieron los primeros encargos. «Cando me dei conta xa estaba vivindo disto», relata. Para Luís, hacer un instrumento es un proceso casi místico. «Eu tardo moito -confiesa con una sonrisa- , entro no estereotipo do artesán que nunca cumpre cos prazos de entrega».

Pasa muchos meses dibujando y proyectando, y otros tantos elaborando el instrumento: «Nunca fixen dúas arpas iguais. Gústame sempre cambiar detalles e adaptarme ás preferencias dos meus clientes». Y aunque algunos compradores se «asustan» con todas las posibilidades que Luís les ofrece, para este arpeiro la personalización es la clave. «É o que pode diferenciar o noso traballo do dunha fábrica». Ese fantasma, el de las fábricas o de los instrumentos low cost, está presente casi a diario en la vida de estos artesanos. «Puedes vivir amargado y fomentando el odio hacia las grandes empresas o puedes aceptarlo y seguir tu camino», razona José Catoira. En su caso, en el mundo de los violines, la competencia es amplia y feroz, pero este lutier considera que son negocios diferentes.

«Cuando un cliente viene al taller, lo primero que hago es llevarlo al sótano para que elija la madera con la que voy a hacer su violín», relata. A partir de ahí el músico ya se siente involucrado y conectado con su futuro instrumento. Pero el proceso no acaba ahí: «Mientras voy construyendo el violín le voy mandando fotos, y si vive cerca se pasa cada poco por el taller para ver cómo va el proceso. Les gusta especialmente ver el momento de la talla». La materia prima es esencial a la hora de construir un instrumento musical y encontrar el material adecuado, así como buscar el equilibrio entre el precio y la calidad es una labor esencial en la vida de un artesano: «A madeira comercializada para luthería é carísima», sentencia Ismael Vaz. Pese a que construye instrumentos «como en el siglo XVII», Catoira es consciente de que representa una nueva generación de lutiers: «La gran diferencia es que actualmente ya no hay secretos, el que quiere tenerlos es porque tiene poco que ofrecer». Este artesano de violines defiende que actualmente el gran reto es conseguir filtrar todo lo que nos llega de Internet. «Lo que yo sé también está en Google», argumenta. «En la generación anterior los profesionales querían hacer cosas pero no sabían cómo porque la información se había perdido y tuvieron que volver a crear casi de cero -reflexiona este lutier-. Nuestro problema es radicalmente opuesto y a veces nos preguntamos: ¿Qué es lo que puedo aportar que no se haya hecho ya?».

CAPOTILLO

La mejor madera

El lutier es un gran defensor de la madera gallega. «Descubrín que nas zonas altas de Galicia danse madeiras de excelente calidade, pero fáltanos interese en xerar ese mercado. Xa vin pradairas boísimas que se estaban usando para facer pasta de papel», relata con tristeza. Muchos importan tacos de madera de Canadá para sus creaciones, pero Ismael prefiere el producto local. «O meu instrumento que chegou máis lonxe estaba feito só con madeira galega». Fue en el año 2004 cuando Jaime Rebollo decidió «lanzarse a la piscina» y abrir su taller. Desde entonces ha hecho entre 160 y 170 zanfonas. Consigue sus clientes a través del boca a boca, considera que su instrumento es la mejor tarjeta de visita: «Yo también toco la zanfona y lo que hago es un producto que como músico me gustaría tener».

Rebollo y Catoira son amigos, y ambos se definen como «animales obsesivos». El segundo explica que a lo largo de los años ha desarrollado un método de trabajo: cuando finaliza las últimas pruebas con un violín, hace una lista de todo lo que le gustaría mejorar y antes de empezar a construir el siguiente instrumento elige uno de esos puntos débiles y se centra en superarse en ese detalle. «Hay que conocer nuestras limitaciones y no querer abarcar todo de una vez», reflexiona.

Es una sensación que también conoce Jaime Rebollo: «Yo cuando acabo un trabajo estoy siempre pensando qué es lo que podría haber hecho mejor». Su perfeccionismo le ha permitido llegar lejos. Músicos de Brasil, Suecia o Israel ya se han rendido a sus instrumentos. Y pese a que ya lleva más de una década dedicándose a este oficio, admite que no deja de sorprenderse: «A veces escucho a un músico tocando algo con mi zanfona y pienso: ‘¿En serio he hecho esto solo con un trozo de madera?’».