Los veinte minutos de Manuela

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE V TELEVISIÓN

YES

04 jun 2015 . Actualizado a las 12:28 h.

La buena noticia de la semana es que la edición australiana de Elle se atrevió a ocupar su portada con una bella mujer dando de mamar a su bebé. La mala noticia es que esta revista solo llegó a los suscriptores porque antes de ser distribuida por los quioscos el fecundo pecho de la supermodelo Nicole Trunfio fue cubierto por un recatado vestido negro y su hijo Zion retirado del pecho de su madre para posar mientras disfrutaba de un plácido sueño. Por si la operación no fuera suficientemente cutre, el editor jefe de Elle en Australia, Justine Cullen, explicó el travestismo con un pintoresco argumento: «La primera portada se trataba de un bonus para los suscriptores», introduciendo así matices perversos en una composición que sublimaba el saludable poder de la naturaleza y que en cinco minutos se convirtió en un motivo de vergüenza.

No hay día que la actualidad no nos depare surrealismos como el referido. Y no hablo de esa parte del mundo en el que las mujeres apenas son agujeros sexuales, o criadas, o esclavas o todo a la vez. Me refiero a la parte del planeta en la que presumimos de haber realizado una razonable aproximación a la justicia social; esa región en la que la lactancia materna provoca bochorno; la misma región en la que una actriz, Maggie Gyllenhaal, ha pasado a ser considerada vieja a la provecta edad de 37 años. La intérprete, nominada al Oscar por Corazón rebelde pero también licenciada en Filosofía por la Universidad de Columbia y alumna de la prestigiosa Royal Academy of Dramatic Art de Londres fue rechazada para dar vida en la pantalla a la amante de un hombre de 55 años con la evidente excusa de que Maggie era demasiado mayor para semejante menester. La actriz ha confesado que, tras conocer la sentencia «primero me sentí mal, después me enfadé y finalmente me eché a reír», una reacción que constata que es una tipa inteligente pero que destila esa resignación con la que esta sociedad tan desarrollada parece haber aceptado este estado de cosas.

Mientras reflexionamos sobre todo esto, emerge de la web la máscara grotesca de una señora que en los noventa erotizaba a los niños con desmañados movimientos de coxis. Responde al nombre de Letizia Sabater y está recibiendo una atención que no merece por haberse sometido a una reconstrucción vaginal para recolocarse el himen. De paso podía haber solicitado que le inyectaran unas cuantas espinillas en la frente, que le metieran en el cuerpo el espíritu de una adolescente confundida y que le devolvieran el cerebro a su estado original, con la esperanza de que pudiera rellenarlo otra vez con material un poco más sensible. De una forma sutil, la mentecatez de esta señora concede un valor decimonónico a la virginidad femenina, ese tesoro que toda mujer ha de guardar para ser entregado al hombre de su vida. 

Leo que la próxima alcaldesa de Madrid, la gran Manuela Carmena, quiere feminizar la política empapándola de emoción, empatía, concertación y escucha, valores que ella identifica con las mujeres. Visto su duelo con Esperanza Aguirre, no sé si espera demasiado de la identidad femenina palabra que, por cierto, el diccionario de sinónimos identifica con blando y débil. Y leo también que la jueza lleva el reloj adelantado veinte minutos, como si viviera en el futuro. Quizás sea un gesto de esperanza y de aliento para indicar que, como decía Scarlett O?Hara, mañana será otro día y ese día será mejor.