Por los cañones del Oitavén

Antón Lois (Amigos da Terra)

SOUTOMAIOR

Cedida

Aún se pueden contemplar nutrias en las pozas que deja el río, mientras no se rebaje más el caudal ecológico

04 sep 2018 . Actualizado a las 13:55 h.

Para llegar al inicio de nuestra ruta, hay dos posibilidades. Una de ellas sería que elijamos un grifo en casa y sigamos la tubería hasta su origen, porque hoy invitamos a conocer uno de los lugares de los que más se lleva hablando el último año (y los que nos queda) y, sin embargo, tan poco conocido: los cañones del río Oitavén a partir de la presa de Eiras. Si preferimos llegar de forma convencional, hay que tomar la carretera PO244 de Soutomaior a Pontecaldelas y, al llegar a la parroquia de Chaín, dirección Barbudo, en donde se encuentran los indicadores (Lat 42.342849694275 ? Long-8.475320053101).

Para nuestra caminata tendríamos dos opciones, respectivamente, a cada lado del río. Pero recomendamos la que discurre junto a la tubería de abastecimiento de agua, tanto por su comodidad y accesibilidad como porque desde este lado se aprecia mejor el cañón granítico de la ribera opuesta que, modestamente, poco tiene que envidiar a su primo del Sil.

El entorno condiciona las especies y a nuestro alrededor veremos las plantas y árboles clásicos de los bosques de ribera junto con las especies riparias (es decir, las escaladoras que se agarran a las paredes) que se adaptaron a vivir en un sitio tan complicado como las rocas para evitar la competencia. Destacan en este último grupo las ericas arbóreas, aquí como arbustos de gran porte que compiten con salgueiros (junto a la presa existe un ejemplar excepcional), amieiros, bidueiros y toda la variedad de helechos al borde del río que se pueden imaginar. En las paredes casi verticales reina el resto de ericas, callunas, carpazas, xestas y el imprescindible toxo del que depende empezar a fabricar suelo, sin olvidar a esa fascinante simbiosis entre hongos y algas que son los líquenes que aquí merecerían un estudio detallado.

La fauna tuvo necesariamente que adaptarse a las circunstancias y desde el vuelo rasante de los aviones (no los de Peinador, sino los primos de las golondrinas) que nos sobrevolarán en la presa de Eiras, pues para ellos entre el hormigón y las rocas tampoco hay excesiva diferencia excepto para nidificar, o el vuelo de los azores y los ratoneros, junto con las lavandeiras y el nervioso mirlo acuático junto al río, disfrutaremos de un espectacular catálogo de reptiles.

Advertimos que si las serpientes y lagartos tamaño jurásico les dan repelús están en mal sitio. No hay de dejar de fijarse, ejerciendo como tales, en los simpáticos saltamontes saltando a nuestro paso. De tan comunes que eran estamos tardando en darnos cuenta de que son cada vez más escasos, y es un preocupante indicador. Pero no olvidemos a parientes más cercanos. Esta senda es igual de cómoda para nosotros como para nuestros amigos zorros, tejones, comadrejas, visones (americanos, claro), de las que una mirada atenta nos permitirá descubrir sus huellas.

Si tenemos suerte, mucha, podremos contemplar desde lo alto a las nutrias de pesca en las muchas pozas que deja el río, al menos mientras a algún alcalde no se le ocurra otra vez pedir rebajar todavía más un caudal ecológico, actualmente al mínimo de supervivencia fluvial y que, en efecto, se tendría que revisar pero, bien al contrario, al alza. Sin ir más lejos, busquemos en la pared de hormigón las preceptivas escalas de remonte que deberían facilitar como su nombre indica, el tránsito de la fauna acuática. ¿Las encontramos? No, no nos molestemos. No existen.

Hay algo que inevitablemente nos llamará la atención y nos ayudará a comprender la importancia vital de los bosques de ribera especialmente en este lugar: el contraste entre nuestro camino, con su biodiversidad desbordante, y el lado opuesto arrasado por los incendios. En un lugar tan escarpado, donde tanto cuesta conseguir un puñado de suelo fértil, no calculen los años sino las generaciones que tendrán que pasar hasta que la parte quemada que la erosión terminó de arrasar recupere su naturaleza original. Los pinos quemados, que allí seguirán porque nadie los querrá ni regalados (el coste de sacarlos supera ampliamente su precio) contribuirán al menos a crear un sustrato para que se recupere lo demás.

Al regresar pasaremos ante un peto de ánimas en el que quizás no nos fijamos al llegar en el último cruce de carreteras. Tiene 130 años y en él se lee: «Lo que aquí se pasó es cosa que causa horror». Más de un siglo después esperemos que la historia no se repita, bastante horror fue destrozar el río Oitavén y su entorno e incendiar la mitad de lo poco que quedaba. Vivimos y bebemos de Eiras, pero un río, aunque algunos se empeñen en lo contrario, no es agua que se tira al mar.

Un bosque de ribera cortado

Y hasta aquí llegó el río. La presa de Eiras era una obra imprescindible, no hay duda, pero no es menos cierto que destruyó el que posiblemente fuera el cauce fluvial ecológicamente más importante de la provincia. Esta imagen del bosque de ribera cortado por el muro es un símbolo. Podríamos demostrar que aprendimos algo y solucionar el 30 % de las pérdidas de agua en las conducciones, dragar la presa para aumentar un 30 % su capacidad y cambiar una tarifa del agua que incentiva el derroche. Para no perder más naturaleza sin necesidad.