La guerra contra Inglaterra obligó a habilitar varios espacios para acoger al gran número de heridos que llegaban por mar
14 dic 2025 . Actualizado a las 05:00 h.En 1798, España estaba en guerra con Inglaterra, un conflicto que se prolongó hasta 1802. El puerto de Vigo era una de las puertas de entrada para los barcos que llevaban heridos y enfermos para ser curados en el hospital militar de esta villa. En mayo de aquel año, Luis Andrés Garnier de Sant Paul, comisario de guerra e inspector del hospital militar, dirigía un escrito al Ayuntamiento de Vigo, solicitando una casa donde se pudiera atender a los «numerosos enfermos que diariamente concurren a los hospitales militares de mi inspección en esta plaza». Añadía que las instalaciones de que dispone estaban saturadas. «En su consecuencia espero se sirvan hacerlo así sin pérdida de tiempo respecto a que por la estación es crecido el número de enfermos, mayormente de sarnosos, pues llega ya el caso que no solo ya no hay cabida para más en el hospital de medicina sino que no hay tampoco posibilidad alguna para tomar baños los enfermos a quienes los facultativos los recetan, verificándose de esto un notable perjuicio a la salud de aquellos por cuanto se agrava su enfermedad y se hace más larga con un notable perjuicio también para la Real Hacienda». El edificio que solicitaba «deberá ser más proporcionado que los del Oteiro para que puedan colocarse en él las camas con la separación que corresponde». Ese «Oteiro» es la zona más alta de la villa, donde se encontraba el fortín de San Sebastián.
Unos días después y ante la ausencia de una contestación, el inspector buscó el apoyo del intendente general del Reino, quien reclamó directamente al ayuntamiento que cumpliese la petición. «Me dice que con motivo de los muchos enfermos que diariamente acuden a él y la poca capacidad que tiene, se hace difícil su curación por no hallarse las camas con la separación que corresponde», señalaba el intendente.
Diez días más tarde, el inspector volvía a escribir a los responsables de la villa. Decía en su misiva que no se atendieron convenientemente sus peticiones, por lo que trasladaba su reclamación nuevamente al intendente.
No volvió a tener suerte el inspector porque tanto la Justicia como el Ayuntamiento (conjunto de miembros de la corporación) negaron la petición, aludiendo a que les parecía imposible que estuvieran ocupados los cuatro edificios que servían de hospitales militares. Recordaban que estas casas habían sido suficientes para atender las necesidades, en su día, de la flota compuesta por el navío San Agustín, el bergantín Atocha y dos goletas más. «Eran mui suficientes sin embargo del crecido número de enfermos que diariamente se desembarca de unos y otros buques», contestaban los munícipes, y añadían que la petición estaba de más.
Ya el 25 de mayo, el inspector de hospitales volvía a la carga y remitía una nueva carta al Ayuntamiento en la que recordaba que carecían de «verdaderos conocimientos». Entonces recibió nuevamente el apoyo del intendente general, que apremiaba al Ayuntamiento. El 9 de junio de 1798, los representantes de la villa de Vigo aceptaban proporcionarle un nuevo edificio y le dieron a elegir entre varios. «Podrá servirle provisionalmente la de Manuel Paredes en el sitio de la rúa del Buraquiño; la que avita Juan de Bau en la calle de la Faja [Real]; y las dos de Gregorio Iglesias en el Outeiro, ynmediatas al otro hospital que está en el propio sitio; la de Juan Núñez en la Rivera del Berbés; y la que tiene don Diego Núñez de Murcia en la calle de los Sombrereros, que ba a la puerta de la Falperra» (sic), se dice en el escrito.
Luis Andrés Garnier de Sant Paul se decidió, después de visitar las casas ofrecidas, por las dos de Gregorio Iglesias. «Son las más aptas para el fin por ser inmediatas al hospital de cirugía», señalaba el 12 de junio. Advertía que solo necesitaría una de las dos, «la del armero», aunque matizaba que se quedaría también con la otra en el caso de que «la necesidad lo exige a su tiempo».
Aun así, los representantes del Ayuntamiento volvieron a protestar a la Capitanía General de Galicia el 24 de junio. Sin embargo, la respuesta que recibieron dejaba claro que el gobierno local no podía estar por encima de la labor del inspector Garnier por estar este al servicio del Rey. «Pues aun quando fuese capaz, que no es creíble, de excederse en sus solicitudes, les quedará el arvitrio de recurrir a mi, en cuio caso providenciaría el remedio» (sic), concluía la respuesta.