Baloncesto desde todas las vertientes

míriam vázquez fraga VIGO / LA VOZ

VIGO

Oscar Vázquez

Tras ser jugador, entrena a seis equipos del Seis do Nadal y forma parte del cuerpo técnico del Amfiv

01 feb 2022 . Actualizado a las 00:59 h.

Pablo Alonso Álvarez, alias Karpin —así le conocen desde la infancia—, comenzó a jugar al baloncesto en el Porriño a los cinco años. Allí practicó el deporte de su vida de manera ininterrumpida hasta los 23, enfrentándose en multitud de ocasiones al hoy director deportivo del Seis do Nadal, Sergio González. Una figura clave para que hoy el porriñés nacido en 1987 viva del deporte de la canasta tras permanecer varios años alejado de él.

Porque cuenta Pablo que, a raíz de cursar estudios universitarios, se fue desvinculando poco a poco. Y fue trabajando como camarero como se volvió a cruzar con González, que le animó a volver. «Yo ya había olvidado prácticamente el baloncesto. Llevaba años sin verlo de cerca, me había desconectado de lo que llevaba haciendo toda mi vida. Me dijo si quería volver a jugar y enseguida me entró de nuevo el gusanillo», rememora. Para entonces, hacía unos tres años que se había apartado. «Sergio es un año menor que yo y siempre nos enfrentábamos el Porriño contra el Seis. Había esa competencia sana, de amigos», explica el vínculo que habían ido forjando.

González le hizo una pregunta simple: «¿Por qué no vuelves a jugar?». Su respuesta fue que porque era «mayor». Pero a sus 26 años, acabó reincorporándose al equipo de Primera Nacional que ascendió ese año a Liga EBA. Paralelamente, comenzó a entrenar en la cantera del club vigués. Y aunque ya hace varias temporadas que dejó nuevamente de jugar, continúa a pleno rendimiento en la faceta de técnico.

Alonso recalca que se metió de lleno y ya fue «un no parar». Son nueve años entrenando, que dice que «no son muchos» en comparación con los que espera que le queden por delante. Recuerda que en los banquillos comenzó de manera muy progresiva, echando una mano con los alevines. El primer equipo que llevó fue un infantil masculino, chavales de trece y catorce años. «Perdimos todos los partidos menos el último. Me enganchó ver cómo iban mejorando, que con el paso de los meses, los entrenamientos y los partidos, competían cada vez mejor», expone.

Uno de sus grandes objetivos no pasa por los resultados, sino por que los pequeños le cojan el gusto a este deporte. «Es una satisfacción cuando te empiezan a contar que fueron a una pista a jugar una pachanga fuera de los entrenamientos, con su padre a echar unos tiros o que vieron un partido de los Lakers. Ves que ya les está gustando de verdad», celebra. En ese sentido, tiene claro que «que el baloncesto entre a formar parte de sus vidas es mucho más grande que ganar una liga». Porque con los más pequeños, lo primero es «la diversión, aprender con diferentes metodologías, que mejoren y que disfruten».

Actualmente se hace cargo de forma simultánea de seis equipos del Seis do Nadal, aparte de coordinar los conjuntos femeninos y ser segundo entrenador y preparador físico del Amfiv de División de Honor de baloncesto en silla de ruedas y entrenar también en sus escuelas. ¿Cuál es el secreto para llegar a todo? «Dedicarle muchas horas, todas las que puedo. Si fuera por mí, entrenaría aún más, no tendría problema», asegura. Sus tardes comienzan a primera hora con los pequeñitos, dice, y termina a las once de la noche con el Amfiv. Admite, no obstante, que «es agotador, lo primero que haces al llegar a casa es dormir como un bebé».

Pablo disfruta de igual modo con los que empiezan que con los adultos del Amfiv, de los que destaca que tienen «otras historias vitales». «Los mayores son profesionales y autónomos. Tienen historias de superación detrás, pero los ves ya como personas hechas y derechas» en contraposición con los niños de las escuelas de baloncesto en silla. «Aún se están formando y aprendiendo a convivir con la discapacidad. Es un poco más duro, pero también muy satisfactorio», indica.

Con los mayores del Amfiv hay un objetivo de competir para mantenerse en la élite y entrar en la Copa del Rey que lo diferencia de los conjuntos de la cantera del Seis do Nadal, donde prima la formación y la diversión, insiste. Disfruta de dos vertientes que resultan complementarias en su rol de entrenador. «Lo que más me gusta es estar en la pista, entrenar y competir, comprobar que si te esfuerzas, puedes mejorar», ahonda.

En cuanto a lo que menos le gusta, también lo tiene claro: «Lo que hay fuera y de lo que formamos parte muchas veces. Que valga todo por competir, que se maleduque a los jugadores diciéndoles que lo importante es ganar», razona. Tiene muy claro que ese planteamiento es erróneo porque crea frustración y «no todo el mundo gana, solo gana uno y ese tipo de cosas son el mal de un deporte que es competitivo».

A día de hoy, Pablo vive del baloncesto, algo inimaginable durante su etapa en la hostelería. «Tuve un local y le dedicaba todas las horas del día igual que ahora al baloncesto, pero esto no pasaba por mi cabeza», admite. Ahora se centra en formar, educar e inculcar valores: «Antes de un partido, les digo a los jugadores que lo único que les voy a pedir es que se esfuercen y se diviertan. Lo demás da igual: meterla, fallarla, ganar, perder... Suele ser fruto del esfuerzo».