El tubo fluorescente que arribó a Playa América

Antón lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

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AMIGOS DA TERRA

La perdurabilidad de la basura marina es confirmada por estudios oceanográficos

22 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Empecemos por una pregunta que tiene difícil precisar la respuesta ¿Cuántos años tiene que estar viajando por el mar un tubo fluorescente para ser colonizado por arneirones (primos de los percebes) y mejillones y llegar, sin romperse, que tiene mérito, a las costas de Nigrán? Pues así nos lo encontramos la semana pasada en Playa América. La anécdota nos puede servir para reflexionar sobre la permanencia y persistencia de los residuos que arrojamos, deliberada o accidentalmente, al mar tomando como referencia algunos ejemplos concretos.

Por empezar por orden cronológico, de menor a mayor, una sencilla caja de cartón tarda un par de meses en descomponerse en el mar, menos que una toallita de papel (dos semanas) pero un poco más que un periódico como este que tardaría medio año en fragmentarse hasta hacerse invisible. En cuanto pasamos a los metales la cosa se complica porque una lata, si es de material férrico, necesita 50 años que no es nada comparada con los 200 años si nuestra lata arrojada al mar fuera de aluminio.

Si cambiamos de tipología y pasamos a los textiles la cosa puede variar entre los seis meses de una tela de algodón, el año de un pañal (si es biodegradable) y las décadas de las fibras sintéticas que, en este último caso, se incorporarán poco a poco a la colección de microplásticos por los siglos de los siglos. Pasando por las maderas, pintadas si proceden de restos de embarcaciones (unos trece años de media) llegamos a nuestros amigos, los residuos plásticos. Una bolsa de plástico biodegradable, que sería el mejor de los casos, tarda en fragmentarse unos seis meses, pero un vaso de plástico precisa 50 años de navegación antes de que dejemos de verlo, que no significa desaparecer.

Una botella de plástico tardará en descomponerse, para convertirse en microplástico, unos 450 años. Pero el récord de longevidad, al que se le añaden sus efectos mortales sobre la fauna marina cuando se convierten en «redes fantasma» son las artes de pesca abandonadas. Una red de nailon seguirá provocando contaminación y bajas durante 650 años. Otros residuos son más complicados para establecer cuanto tardaría en degradarse, como una botella de vidrio por ejemplo. Todo esto es poco comparado con nuestros vecinos, los residuos radiactivos, que justamente frente a nuestras costas, sin que nadie los controle ni se inspeccionen sus pecios, nos acompañarán durante los próximos 250.000 años.

Todos estos elementos tan heterogéneos tienen una cosa en común: no nacieron en el mar. Los viejos marinos dicen, y dicen porque saben, que el mar es un ejemplo de justicia. Reclama lo que es suyo pero devuelve lo que no le pertenece. La basura que llega a las playas es apenas una mínima parte de todos los residuos que arrojamos al mar. Y precisamente esta misma semana el Instituto Español de Oceanografía (IEO) publicaba (un excelente trabajo de Olga Carretero, Jesús Gago y Lucía Viñas) un revelador y demoledor estudio sobre la presencia de microplásticos en las Rías Baixas y en la plataforma continental de la desembocadura del Miño.

La evidencia científica confirma que no encontramos microplásticos… solamente donde todavía no los buscamos. Y ratifica otro dato preocupante: el incremento no solamente de los grandes plásticos que se van fragmentando poco a poco sino de aquellos que ya nacen a tamaño microscópico y que vertemos al mar cada vez que hacemos un acto tan trivial como cepillamos los dientes o ponemos a lavar prendas de ropa sintéticas.

No existe a día de hoy tecnología alguna que permita de manera eficaz retirar esos microplásticos ni del mar ni de tierra. Lo que podemos hacer, por lo menos, es no seguir incrementando el problema. Se dice que probablemente el mar fuera nuestro primer espejo, el primer lugar en el que hace miles de años alguien de nuestra especie se contempló a sí misma reflejada en el agua. En realidad allí nació todo. La basura marina nos devuelve milenios después un fiel reflejo de lo que le estamos haciendo a nuestro planeta.