Elogio del pampullo

ANTÓN LOIS AMIGOS DA TERRA TIERRA@VIGO.ORG

VIGO

M. MORALEJO

Estas flores amarillas son esenciales para ornamentar las coronas de las fiestas de Os Maios pero, al ser silvestres, corren peligro y habría que reducir estas celebraciones

23 may 2017 . Actualizado a las 09:45 h.

Se llama Coleustephus myconis, que ya es una forma complicada de denominar a nuestros humildes pampullos. Reconocerlos es fácil, y más estos días que florecen a lo loco. Los encontrarán en cualquier pradera de las que se utilizaban tradicionalmente como pastizal, es decir, casi silvestre, y no hay posibilidad de confusión.

De lejos resplandece su tono de un intenso amarillo anaranjado elevándose casi medio metro sobre la hierba y de cerca comprobamos que tanto sus pétalos como el botón central son completamente amarillos. El detalle es interesante porque su forma nos recuerda a sus primas las margaritas pero a lo grande, aunque en realidad poco tienen que ver con dichas flores y bastante más con los crisantemos.

A modo de curiosidad anoten que su predilección por los prados la hizo ser en tiempos muy apreciada como forraje para el ganado y la famosa expresión «echar margaritas a los cerdos» se refería originalmente a los pampullos. Porcinos aparte nuestra especie también le encontró una utilidad directa que tiene mucho que ver con su intenso color pues se trata de una planta tintórea utilizada para teñir de amarillo los tejidos.

Una característica importante de los pampullos es su extraordinaria capacidad de producir polen (que no cunda el pánico, no es significativamente alergógeno) por lo que representa un suministro de alimento vital para los insectos, desde nuestras estimadas abejas hasta no menos de un centenar de especies distintas que viven asociadas a sus flores.

Nuestros amigos son una especie autóctona, y a mucha honra, (su apellido myconis nos remonta a la isla griega de Mykonos de donde proceden) pero su carácter local permite aportar una interesante información.

Muchas veces les presentamos plantas exóticas invasoras y su problemática asociada. Pues bien, resulta que por los mismos motivos de introducción derivada de las actividades humanas nuestros amigos pampullos son graves especies invasoras en Canarias y en América del Sur. Donde las dan las toman y la globalización reparte estos efectos desagradables.

Estas plantas son cada vez más escasas, en un proceso paralelo a la desaparición de los usos tradicionales del suelo a los que estaban asociados y que el cemento la loseta y el asfalto se llevan por delante. En circunstancias normales deberíamos alejarnos de las zonas urbanizadas (erróneamente llamadas humanizadas) para encontrarlos, pero estos días, involuntariamente para ellos, los pampullos salen a nuestro encuentro por doquier.

Su presencia es fundamental en las coronas que adornan las figuras de Os Maios. Es su momento de gloria anual, aunque efímero, pero que nos sirve de excusa para invitarles a una reflexión final porque en el fondo esta sección no es otra cosa que simple educación ambiental.

Nos gustaría señalar una paradoja de fondo: no deja de ser una importante contradicción celebrar una fiesta de exaltación de la naturaleza precisamente cargándonos una parte significativa de dicha naturaleza.

Lamentablemente en general, y más en Vigo, los espacios y especies silvestres son un bien escaso que, para empezar, son considerados como un mal. Las zonas verdes sin ajardinar se denominan «abandonadas», las plantas silvestres son «malas hierbas», las fincas sin desbrozar están «sucias» y la fauna sin domesticar (no comestible) son «bichos y alimañas».

La cultura y las tradiciones no son inmutables y deben asumir la evolución social y natural. Por eso, deberíamos empezar a reconsiderar la fiesta de Os Maios, especialmente en el entorno urbano porque nuestra naturaleza silvestre es cada vez más escasa y vital.

Al menos empecemos por hacer menos Maios y más selectivos y convirtamos en tradición que la exaltación de la primavera consista en plantar y no en cortar.

Muchas veces recordamos la frase de Marcel Proust, que afirmaba certeramente que nada es considerado un tesoro hasta que se pierde. Aunque no lo parezca nuestra percepción de verlos todavía como una especie abundante nos engaña. En realidad estamos perdiendo los pampullos.