Marchando una de piratas

VIGO

La polémica generada por el proyecto de parque infantil en Castrelos afecta también a su contenido. El autor cree que no encaja con el propósito declarado de promover la educación ambiental, «con la que tiene tanto que ver como un mejillón a una bicicleta».

09 ene 2011 . Actualizado a las 02:00 h.

Nos produjo una cierta perplejidad leer que el parque infantil proyectado para Castrelos, aquel que según anunció el Concello en su día tendría «un enfoque destinado a la educación ambiental», va a ser finalmente una especie de recreación de las luchas entre los piratas y los habitantes de los poblados.

En el Libro Blanco de la Educación Ambiental, se la define como una corriente internacional de pensamiento y acción. Su meta es procurar cambios individuales y sociales que provoquen la mejora ambiental y un desarrollo sostenible.

Posiblemente cuando usted piensa en esa definición a su mente acude inmediatamente la imagen de un barco pirata. Si es así? enhorabuena, al menos tiene usted una extraordinaria imaginación.

A quienes nos cuesta contextualizar juntos los conceptos de la educación ambiental y los asaltos corsarios esta idea del parque diseñado para Castrelos nos resulta bastante chocante, además de considerar dudoso que un jardín histórico sea el lugar más adecuado para instalar un montaje visualmente tan aparatoso, al menos como muestran las infografías publicadas.

El proyecto, al menos lo que trasciende del mismo, viene siendo a la educación ambiental lo que un mejillón a una bicicleta. Que si nos ponemos le encontramos la relación, que conste, pero? vaya.

El gran maestro Tonucci revolucionó en su día el concepto de la interacción entre la ciudad y los niños y niñas con un procedimiento tan simple como eficaz: preguntarle a los niños y niñas como les gustarían sus parques y sus espacios de juego al aire libre (y luego los técnicos adaptarían los deseos de esos auténticos usuarios). El resultado fue igual de simple: los niños y niñas (cuando se les pregunta y sobre todo cuando se escucha su respuesta) a la hora de salir a los parques no quieren nada especialmente complejo ni elaborado, solamente sitios donde trepar, esconderse, tener a su disposición elementos con los que poder crear sus propios juegos, que puedan mover, modelar y organizar a su gusto, lugares con arena, agua, ramas? nada más.

En esa simplicidad, en fomentar la creatividad huyendo de lo aparatoso y del artificio, en conseguir que jugar juntos sea más importante que el juguete está la auténtica clave de la educación ambiental. Pero claro, eso no llegaría a costar ni de lejos un millón de euros, además de ser presumiblemente poco «vistoso».

Quizás a alguien le traicionó el subconsciente y ese parque en realidad no es para la infancia, sino una alegoría de las relaciones entre el Puerto y el Concello (y viceversa). Si al menos nuestra clase política, siempre tan seria, tan tremenda, tan permanentemente enfadada, recuperase un poquito del espíritu travieso de los juegos infantiles ese parque podría ser divertido? imagínense a quien poner de mascarón de proa del bajel pirata, a quien poner en lo alto del palo mayor (a quien pasar por la quilla, claro), quien defendería el poblado, quien se atrincheraría en la torre del castillo? una risa.

Al menos las personas que vean un barco pirata presumiblemente decorado con cien carteles de Alcaldía por banda, viento en popa a toda vela, alguna sonrisa si que soltarán.

Pero por favor? esas cosas, no las hagan en nombre de la educación ambiental, que como diría Joan Manuel Serrat? para hincarla de rodillas hay que cortarle las piernas.