«Estoy satisfecho con la obra del Bicentenario»

María Jesús Fuente / S. Antón VIGO/LA VOZ.

VIGO

El artista es un gran admirador del arte egipcio, cuyo granito le recuerda al de O Porriño. Su último trabajo para Vigo supone un elogio a la luminosidad de la ría

29 nov 2010 . Actualizado a las 12:37 h.

A Silverio Rivas le gustaría hacer del Castro un parque botánico para que los niños aprendieran los nombres científicos de cada árbol. El rincón le recuerda además aquella exposición al aire libre que hizo con Ángel Huete en 1974.

El artista ponteareano acaba de estrenar obra con motivo del Bicentenario de Vigo, una interpretación libre de la heráldica de la ciudad: el olivo y la torre. «Es una obra muy elaborada y muy bien acabada, puse todo el esmero para que fuera perfecta, no se escatimó esfuerzo ni se renunció a nada; estoy satisfecho con el resultado y, al final, creo que la gente lo aprecia».

Toda su obra es algo que germina, que gravita en el espacio, y la idea de reflejar un árbol le parecía próxima. Lo primero que se aprecia en la escultura es la forma. La letra que incorpora los nombres de las parroquias no aflora a primera vista, es algo más sutil, que aparece como la floración del olivo, hay que estar muy atento para percibirla, según explica el artista. La escultura del Bicentenario es un elogio a la luminosidad de la ría en acero inoxidable.

Silverio Rivas llegó a Vigo con su familia entre 1949 y 1950 procedente de Ponteareas para instalarse en San Roque. La profesión de su padre, carpintero, marcaría su vida. Con ocho años ya ayudaba en el taller familiar, en una época de penuria. Calentar la cola, lijar, barnizar... Con 14 años él y sus hermanos fueron a la Escuela de Artes y Oficios en horario nocturno, después de trabajar. Allí aprendió dibujo ornamental, modelado, vaciado y talla en piedra. Le parecía mágico sacar una imagen a través de un bloque o de un tronco y se decantó por la escultura.

Decidió marchar a Madrid y consiguió trabajar con el imaginero Francisco Barón.

Gran admirador de Auguste Rodin, viajó dos veces a París, la primera en 1972 para formarse, lo que le llevó a intentar trabajar con César Baldaccini y con el padre de Jean Paul Belmondo; la segunda, en 1979, cuando entendió que ya tenía algo que ofrecer y que debía confrontar su obra.

Más tarde decidió cambiar el bronce por la piedra y un amigo le permitió trabajar en su cantera de O Porriño, donde pasó seis años, de ahí su incipiente sordera.

Las esculturas libres dieron paso a encargos como la plaza de América en Vigo, y otros en A Coruña y Santiago.

Fue entonces cuando decidió dejar el taller familiar, donde conservaba un espacio para sus trabajos, y buscar algo más amplio. Los precios prohibitivos de Vigo le llevaron a explorar la periferia hasta encontrar una casa vieja en Tui, en la que actualmente pasa la mayor parte de su vida.