La prohición en algunas zonas convierte al Náutico en el lugar preferido por los jóvenes para juntarse con sus amigos y beber en las noches de fin de semana
25 jul 2010 . Actualizado a las 02:00 h.Puede cambiar el lugar o bajar la edad media de los participantes, pero la esencia del botellón sigue siendo la misma: «Venimos a beber alcohol barato, conocer gente y, sobre todo, pasarlo bien».
El Náutico ha pasado a ser el lugar preferido desde que se prohibió el botellón en O Berbés, Teófilo Llorente y Joaquín Loriga. «Te ponen multas de hasta 300 euros. Como para seguir yendo...», comenta Adrián Prol. «Si pasas por allí de madrugada, la policía te pide el DNI aunque no lleves botellas», se queja. La plaza de la Estrella, antaño muy concurrida, ahora luce casi vacía, ya que muchos piensan que también es zona prohibida. «Pero nunca hay nadie que te llame la atención», dicen Alma González y sus amigos, que siguen yendo allí precisamente «porque ahora es muy tranquila».
Muchos entienden que los vecinos se molesten, pero reclaman un sitio para divertirse. «Podrían poner una carpa para que no pasemos frío», propone Andrea Teixeira, de 20 años. «Hacen falta contenedores. Mucha gente no los usaría, pero quedaría todo un poco más limpio», opina Santiago Gayoso. «En sitios como Sevilla tienen espacios habilitados inmensos, y luego dicen que aquí es donde tenemos fama de buen comer y beber», añade. Para otros, las cosas se sacan de quicio. «Todos tenemos problemas y los que se quejan del botellón deberían hacerlo por cosas más graves», señalan.
Cuando se les pregunta por qué beben en la calle, la palabra dinero resulta clave. Dicen que así tienen hasta cinco copas por dos euros, frente a los seis u ocho que cuesta una en los pubs. «Lo que aquí bebes por tres euros, en un local cuesta treinta», apunta Samuel Valladares. «Por mucho que bajen, nunca se pondrán a la altura del botellón: no les resultaría rentable», añade. Pero el económico no es el único motivo: «No dejaría de venir, porque lo hago hace cuatro años y ya es una tradición», explica David Gándara. Reconoce que «el alcohol hace milagros... Casi siempre para mal», pero también que «ayuda a ligar».
Otros dicen que en la calle se sienten más libres y sin tanto ruido que impida charlar. «El objetivo no es emborracharse, solo coger un punto y perder la vergüenza. El botellón se ve como una obsesión por beber y no es así», explican Ana, Iván y Marta, entre 25 y 30 años. Sin embargo ellos, de los más veteranos, notan diferencias con las generaciones posteriores. «Ahora se empieza a beber antes y se ven niños con comas etílicos cada dos por tres. Cogerse una tajada el fin de semana es parte de la cultura española, pero hay que educar a los niñatos para controlen», dicen. También hay quien cree que cuanto antes se empiece, mejor: «Así se coge cabeza pronto, a base de golpes», opina Gayoso. «Nosotros estamos en edad de trabajar, pero no podemos independizarnos ni tampoco pagarnos cubatas. Es lo que hay», dice Juan José López, de 30 años. Según él, «con la crisis, más gente hacen botellón».
Los más jóvenes dicen que sus padres saben lo que hacen y lo entienden. «Con que no nos vean llegar borrachos a casa ya está. Saben que bebemos pero se fían de que seamos responsables», cuenta Laura Sueiro, de 18 años. «Yo no les digo nada del tema, pero doy por hecho que se lo imaginan», explica Paula.
Cuentan algunos que, pase lo que pase «siempre se va a encontrar la manera de beber». «En los setenta era en los guateques, luego en las verbenas y ahora en la calle. El único cambio puede ser el vandalismo, pero es que eso ya viene dado por la educación y es una cuestión de los valores de la sociedad en general», zanja López.