El «santo pucherazo» en Vigo

VIGO

El 28 de junio de 1936, Galicia votaba de forma masiva la aprobación de su Estatuto de Autonomía, pero el golpe de Estado dejó sin efecto aquella consulta

17 jun 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

«Esta noite, a punto das doce, os mortos poranse en pe», escribía Ramón Cabanillas en El Pueblo Gallego del 28 de junio de 1936. Era una de las reflexiones públicas que el galleguismo realizaba el mismo día que se sometía a votación el Estatuto de Autonomía de Galicia.

El camino hasta las urnas fue largo y tortuoso. A diferencia del País Vasco y Cataluña, Galicia tardó cinco años en aprobar un estatuto que jamás entró en vigor debido a la Guerra Civil. Tras la proclamación de la Segunda República, la Federación Republicana Galega inició una intensa actividad pro-autonomista. En junio de 1931 fue convocada en A Coruña la Asamblea Pro-Estatuto, a la que fueron invitados ayuntamientos y diputaciones. El Seminario de Estudios Galegos presentó tres textos, que se sumaron al propio de la FRG para completar un anteproyecto de estatuto. El resultado final no prosperó al ser un texto incompatible con la Constitución que entonces se discutía en las Cortes.

Meses más tarde, hubo un nuevo intento de conciliar una propuesta estatutaria que obtuvo un nuevo fracaso. Al año siguiente, en abril, se inicia un nuevo intento auspiciado por el Concello de Santiago. Tras semanas de debate, en el que estuvieron presentes la mayoría de los municipios gallegos, se aprobaba el texto definitivo. El siguiente paso era el plebiscito. Sin embargo, la derechización del gobierno republicano paralizó este requisito hasta la victoria del Frente Popular en febrero de 1936.

Por fin, el 27 de mayo se promulgaba el decreto que autorizaba la celebración de la consulta, que quedaría fijada para el 28 de junio. A partir de entonces la campaña fue sustentada especialmente por las fuerzas galleguistas, aunque contaron con el apoyo de sus socios en el Frente Popular, a pesar de las distancias ideológicas que les separaban.

En los días previos a la consulta, en la ciudad de Vigo se sucedieron los mítines proestatutarios. La calles estaban empapeladas con carteles, que en algunos casos habían sido realizados por Castelao e Isaac Díaz Baliño. El mismo día de la votación, El Pueblo Gallego publicaba numerosos artículos animando al voto favorable. Los articulistas eran personas de honda significación pública, como Portela Valladares, Valentín Paz Andrade, Ramiro Isla Couto o Castelao. El propio alcalde de Vigo, Emilio Martínez Garrido, publicaba un bando en el que anima a sus conciudadanos a votar favorablemente.

La jornada transcurrió tranquila, «con absoluta normalidad», explicó después la prensa. En el ambiente debía de haber mucho optimismo ya que «a primeras horas de la tarde ya se exteriorizaba el entusiasmo de los partidos favorables al sí». «La votación había sido favorable con mucho a la autonomía», señalaba el periódico del 30 de junio.

En Vigo votaron afirmativamente más de 22.000 personas de un censo de votantes de 29.405 personas. El resultado en Galicia fue abrumador. De un censo de 1.343.135 personas, acudieron a las urnas 1.000.963 personas, aportando su sí al Estatuto 993.351 personas.

«Mi país, que permaneció de rodillas desde su sumisión a los Reyes Católicos hasta la Segunda República, se ha puesto en pie para empezar una nueva vida. Únicamente habrá dejado de votar un 10%, que acompaña a los caciques y al señorito», decía Basilio Álvarez, diputado a Cortes.

Condiciones difíciles

La aprobación del Estatuto no era una cuestión fácil porque requería el voto afirmativo de los dos tercios del censo electoral, un porcentaje realmente difícil para un país poco acostumbrado a votar. Es de este condicionante de donde ha nacido la idea de que aquel plebiscito fue manipulado de alguna manera. De hecho, en algunos círculos nacionalistas se habló posteriormente del «santo pucherazo», algo hasta ahora no se ha demostrado porque tampoco ha sido estudiado frontalmente. La expresión es atribuida a Avelino Pouso Antela, quien parece ser que reconoció que aquel día había votado dos veces para superar aquella barrera infranqueable.