Reportaje | Vendedores ambulantes Los domingos pueden contabilizarse más de cien casetas durante los meses de verano, regentadas por sudamericanos y africanos con un volumen de ventas que ronda los 24.000 euros
27 jun 2004 . Actualizado a las 07:00 h.Nomadas de la vida que se asientan en Samil. Son vendedores ambulantes que llenan de colorido el paseo de la playa urbana viguesa. Una oferta de los más variados artículos y a precios como si se tratase de casi todo a un euro. Sus clientes son turistas y domingueros y con ellos hacen su agosto durante los meses del verano. El buen tiempo es el mejor aliado para vender los productos, sobre todo los domingos. Se trata de una economía sumergida en la mayoría de los casos, aunque mueve cantidades importantes de dinero. Remisos a hablar de sus negocios, muchos dicen contar con licencia para vender, pero no nos consta que paguen algún tipo de impuesto municipal. En el kilómetro y medio de paseo, sobre todo los domingos, se pueden contabilizar hasta 120 puestos, mientras que a diario acuden muchos menos. Precisamente, en el último día de la semana es cuando incrementan su volumen de ventas que puede rondar los 24.000 euros, con unas ganancias del 50%, que les dejan 12.000 euros en los bolsillos, con una media de 100 euros para cada vendedor. Cuando la playa de Samil está a tope, son alrededor de doce mil los potenciales clientes, por lo que incluso el volumen de ventas se multiplica Este negocio veraniego está practicamente en manos de sudamericanos y africanos, aunque también se puede constatar la presencia de un palestino, cuatro chinas, dos jóvenes catalanas y una paisana, concretamente de Ourense, que es pareja sentimental del apuesto palestino, quienes ofrecen cinturones, aparatos de radio, bisutería, calzado, chanclas para el agua, ropa de verano, sobre todo pantalones cortos, gorras, gafas de sol y relojes. Precisamente, las gorras, con el emblema de los Knicks de Nueva York estuvieron a punto de causarle un disgusto cuando dos efectivos de la Guardia Civil le recriminaron que llevase ese tipo de anagrama. Lo que má vigilan son las marcas y también los cedés, pero ella dijo que ignoraba que esas gorras tuvieran algo que ver. Las vende a cinco euros, aunque decidió retirarlas antes de que la advertencia de la Benemérita se hiciese efectiva. Las catalanas tienen muy claro que «la pela es la pela» y no les importa recorrer más de mil kilómetros desde Barcelona para acudir a Samil. Saben que los meses fuertes son julio y agosto, pero ya han llegado con tiempo. Su negocio de bisutería, lencería y complementos es el más lucrativo y una de ellas, que dijo llamarse Amalia G.C., no tuvo reparos en confesarnos que un buen domingo podía embolsarse 400 euros límpios de polvo y paja, lo que representa una ganancia del 70% sobre la mercancía vendida. La jornada de trabajo comienza sobre las nueve de la mañana. Van llegando por cuentagotas, con cuatro hierros y un toldo montan sus tiendas en un un tiempo récord. Suelen recoger sobre las ocho de la tarde. Algunos almuerzan con bocadillos en sus mismos puestos de trabajo, aunque otros se acercan a algún restaurante cercano, con la confianza de que los demás compañeros le vigilarán la mercancía. Existe un gran compañerismo entre todos ellos. No se estorban, por que cada cual suele instalar su caseta siempre en el mismo lugar y se respetan el espacio, con la particularidad de que los top manta se sitúan en el centro y es, simplemente, por una cuestión de estrategia, para poder recibir el soplo y recoger de inmediato si se acerca algún policía. Hay un marroquí que vende aparatos electrónicos y que habla cinco idiomas, pero, por ahora, no tiene otro trabajo.