Primer partido del técnico en el campo al que acudió durante varias temporadas como hincha, junto a su abuela: «Será muy especial»

A. Centeno
X. Fernández
Redactor

«Desgraciadamente, no podemos meter gente en el estadio. Ojalá podamos hacerlo más temprano que tarde, porque cuando Riazor está como habitualmente, es difícil sacar puntos». Rubén de la Barrera conoce de primera mano el peso de la grada del recinto coruñés. Ocupó plaza en ella durante muchos años antes de iniciar un periplo como técnico que ahora le devuelve a la cancha blanquiazul. Esta vez, a pie de campo, desde donde dirigirá el equipo al que tantas veces animó. «Será muy especial. Estoy muy ilusionado. Recuerdo que como aficionado viví enormes momentos y ojalá que como entrenador se puedan volver a manifestar todo este tipo de acontecimientos», manifestaba ayer el técnico, durante la rueda de prensa previa al duelo con el Compostela.

Sus recuerdos en condición de hincha están muy unidos a los de Ángeles de la Iglesia, abuela del míster y facilitadora de esa relación que desde crío mantiene con el Deportivo. «Es un niño que nunca me pidió nada. Solo una cosa: ir al fútbol todo el año, y cuando era el Teresa Herrera, que lo acompañara a los hoteles de los equipos. Como yo era concejala, me dejaban entrar y así él podía conseguir autógrafos y fotografiarse con los grandes jugadores que venían», relata ella.

«Empecé a llevarlo a Riazor cuando él tenía cuatro o cinco años. Creo que en la temporada 88-89», prosigue, desvelando que solían ocupar plaza en el palco de autoridades. «Allí coincidía con los hijos de Bebeto y de algún futbolista más. Mientras los niños jugaban, él estaba todo el rato atento al partido y hablaba con las personas mayores que tenía alrededor acerca de lo que sucedía en el campo». Un interés precoz que en ocasiones llamó la atención de quienes escuchaban al crío. «Recuerdo dos casos —detalla Ángeles—. Uno, que después de estar todo el partido charlando con un directivo del Barcelona, cuyo nombre no recuerdo vino el hombre y me dijo: ‘‘Cuide a su nieto que tiene futuro en el fútbol’’. Y algo parecido me comentó uno de los hijos de Jesús Gil, después de otro encuentro. Porque él no paraba de analizar las jugadas y hablar de los futbolistas con la persona que le tocara al lado. Bueno, solo si esa persona le hablaba; si no, no molestaba».

«De no ser por esos comentarios que hacía con su vecino de asiento, no te enterabas de que había niño en el palco», sostiene la abuela del entrenador del Deportivo, junto a quien vivió algún momento clave en la historia del club: «Estábamos en el palco en 1991, en el partido contra el Murcia en el que se quemó la cubierta de Preferencia el día del ascenso».

Rubén de la Barrera vio de cerca cómo ardía el meigallo y su equipo consumaba un ascenso fundamental. Casi tanto como el que precisa la actual versión del Dépor, gobernada por este habitual de la grada de Riazor. Ángeles de la Iglesia no seguirá el estreno de su nieto desde la butaca de costumbre; lugar privilegiado al que acudieron juntos por última vez el 19 de agosto de 1995. Aquel día vieron cómo el anfitrión le ganaba el Teresa Herrera al Real Madrid. Marcó Bebeto, padre de esos niños que jugaban distraídos mientras otro crío empezaba a hacerse entrenador.