¿Por qué no triunfó Pedro Mosquera en el Deportivo?

TORRE DE MARATHÓN

PEDRO MACEIRA

02 ago 2019 . Actualizado a las 19:35 h.

Pedro Mosquera ya es historia del Deportivo. Más por haber estado que por lo logrado. Atrás, cuatro años de más sinsabores que alegrías en los que el coruñés fue su peor enemigo. Ese que le impidió triunfar en casa como soñaba.

En poco tiempo, perdió el partido contra sí mismo. Se vio superado. Y se esfumó. Porque Mosquera pasó en apenas unas semanas a ser reconocido como el faro que guiaba al Deportivo a sufrir sobre el césped cada minuto.

Fue durante su primera temporada. Esa en la que solo precisó un Teresa Herrera para ganarse a la grada. Y unos pocos partidos de Liga para que el Valencia lo tentara con una oferta millonaria. No era momento de mostrar fragilidad y Tino Fernández tomó un avión hacia Madrid para cerrar con Manuel García Quilón una ampliación de contrato de estrella. Nadie protestó. Todo fueron aplausos. El gran premio para Mosquera, que al final acabaría convirtiéndose en su cruz.

Porque, a partir de ahí, Riazor ya no estaba dispuesto a ver un Mosquera diferente al que había lucido el cinco en su espalda hasta el momento. Y, lejos de ser así, comenzó a verse su peor versión.

De la noche a la mañana, aquel elegante futbolista de excepcional visión de juego, perfecto cambio de orientación y una escoba en sus pies con la que barría balones y balones, pasó a ser un desconocido para la afición. Un impertérrito futbolista con botas de barro y cadenas en los pies. La grada dejó de verlo como el entrañable Pedriño para ponerlo en su punto de mira.

Con el tiempo, al coruñés se le juntó todo. Un difícil momento familiar se cruzó en su vida sin que nadie se enterara. Y Riazor no perdonó. Su presión hacia él fue cada vez mayor. Tanto que llegó a comenzar los partidos recibiendo el saludo de la grada en forma de pitos. Cada balón que tocaba había murmullo. Cada mal pase, una pitada...

Mosquera tuvo partidos malos. Muy malos. Pero también tuvo otros buenos. Muy buenos. Sin embargo, aquella imagen de sus primeros meses quedó grabada en la retina de los deportivistas, le hizo más daño que bien y elevó la exigencia a un nivel tan alto que ya nada sirvió a partir de ese momento. La presión le pudo, los entrenadores dejaron de ponerlo... Y hasta la Segunda pareció quedarle grande.

En Huesca, donde todo hace indicar que recalará, llegará sin presión. Sin una grada hostil. Sin el estigma de ser el futbolista mejor pagado de la plantilla. Llegará sin un lastre que le impida ofrecer su mejor versión. Es ahora o nunca.