MARCOS MIGUEZ

Carlos Fernández volvió a alternar trabajo con malas decisiones antes de salvar los muebles

07 oct 2018 . Actualizado a las 23:13 h.

Cuando uno apenas supera la veintena es probable que en algunas ocasiones no adopte las mejores decisiones en su vida. Una copa de más algún día. Un cigarro que no debía haberse fumado. Una discusión a destiempo. Una locura por una chica... Son pecadillos de juventud que todo el mundo entiende y que con el paso de los años se van corrigiendo. En el fútbol, si uno se centra en lo que sucede en el césped a lo largo de los noventa minutos, también ofrece claros ejemplos de esa inmadurez que lleva a veces a los jugadores a adoptar algunas decisiones equivocadas. Una mala elección en el pase. Una precipitación a la hora de rematar a puerta. Una entrada a destiempo. Un codo que se separa del cuerpo más de lo debido... Situaciones que por repetitivas pueden llegar a provocar algún que otro murmullo en la grada.

Hasta que todo ese ímpetu de los 22 años, las ganas de comerse el mundo y el deseo de marcar ese gol que te sitúe en las primeras planas de los rotativos, se convierte en un pie bien puesto ante el centro del futbolista veterano y un estadio abajo celebrando tu acción. Es el momento en el que el trabajo da sus frutos; la constancia y arrojo, puntos a tu equipo; y a ti te inyecta la dosis de madurez que precisabas.

Carlos Fernández fue ayer ese joven que nunca se dio por vencido y buscó siempre el éxito. Quizá a veces, de forma equivocada, pero sin guardarse ni una gota de sudor en el intento. Desde que en Riazor se escuchó el pitido del árbitro indicando el inicio del encuentro, el joven sevillano no paró de correr. Se pegó con uno. Con el otro. Cayó a una banda y cuando era necesario a la otra. Saltó cada balón aéreo como si fuera el último. Y alternó todo ese esfuerzo con las citadas decisiones erróneas.

Quizá provocadas por esa ansia que podía tener por marcar y que él lleva días negando: «No soy de los jugadores que se maltratan si no marcan. Sé que puedo aportar otras cosas y trato de hacerlo», reflexionaba durante la semana Fernández. Y ayer, tras su heroico tanto, insistió en que lo suyo no era ponerse nervioso.

Tener en el banquillo un aliado en la figura de Natxo González también puede facilitar el camino para encontrar definitivamente esa serenidad. Porque el técnico vasco está demostrando que confía en el sevillano. Y por eso, cuando vio que Carles Gil no era capaz de desatascar el partido y meter ese pase mágico que pudiera acabar en gol, dejó la responsabilidad de la media punta al chaval de 22 años dispuesto a comerse el mundo.

Y ahí tampoco se arrugó. Descaro hasta en los instantes finales cuando, con uno menos, se lanzó con todo por la banda izquierda y tuvo que ser parado en clara falta en un gesto técnico, no exento de pundonor.

Carlos Fernández sabe que tiene en A Coruña una mili inmejorable para regresar a Nervión hecho un hombre y triunfar en casa. Ayer dio el primer paso.