14 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

En estas cuatro últimas temporadas la falta de competitividad del Deportivo ha estado rodeada de coartadas. No hay dinero para fichar a mejores jugadores, no hemos acertado con el entrenador, las lesiones, la mala suerte,... Y esta lluvia de justificaciones ha acabado por calar allí donde es más peligrosa: la afición.

Nunca el Dépor había sido una excusa. Nunca. En A Coruña, y eso distingue a esta afición, el fútbol es unión y compromiso. Para otros clubes se convierte en oportunidad: «Si van bien, vamos. Si no, no». O un pretexto: «Mientras estoy en el fútbol, no veo a mi suegra». En Riazor se reúnen jóvenes y mayores para compartir una liturgia que sale del corazón. Por eso, ser deportivista es un sentimiento, y la hinchada perdona errores y fatalidades, pero nunca la falta de interés, esfuerzo y solidaridad.

Todos ganan y todos pierden, el que anima en la grada y el que se calza las botas. Pero algo ha cambiado en esta recta final de Liga. Hay socios de toda la vida, de esos que se saben mejor el número de carné que el del DNI, que metieron su abono en el cajón. «Se lo dejé a mi hermano, que es del Barça y por lo menos lo disfruta». Ni el sol, ni la lluvia, ni la grandeza del rival habían sido nunca pretexto para faltar de tu asiento, ese desde el que empujas al equipo de tus amores y maduras en la vida. Por eso, el nuevo director deportivo no solo afronta el desafío de reimpulsar el club, sino el de volver a enganchar a una hinchada que ha dado el primer aviso. Para que Riazor nunca se quede de nuevo por debajo del tercio de entrada.