No hizo el Dépor nada diferente a lo que ha mostrado en los últimos meses. El juego no le alcanzó ayer para superar a un colista desarmado y descendido, como tampoco le llegó para tapar la avalancha del miércoles pasado o, sin ir más lejos, para superar por fútbol al Granada o al Gijón, por más que ante ambos sumara cuatro puntos.
No solo no fue incapaz de acorralar a un rival alimentado únicamente por un historial de garra y una afición consciente de la realidad que vive su club, sino que incluso especuló en el tramo final con un empate que, al fin y al cabo, es prácticamente tan inocuo e inservible como una derrota. Y es que, por lo visto, ni el técnico ni los jugadores hicieron bien las cuentas en El Sadar. Entre todos prolongaron innecesariamente un sufrimiento que deberían de haber zanjado ayer definitivamente, por más que no está el Sporting para sumar nueve puntos en las últimas tres jornadas o que resulte harto improbable un triple empate final con el equipo asturiano y el Leganés, lo que condenaría al Dépor al descenso.
Tan caro se ha puesto sumar para el Dépor de Pepe Mel que frente a un Osasuna aferrado al orgullo y amenazando ruina en cada posesión rival, lo ha hecho sin juego ni identidad, a costa de exprimir el balón parado, con sus torres dentro del área rival y con un goleador tan inesperado como Guilherme. Pero este Dépor es tan poco fiable en su área que encajó un par de tantos a balón parado -en un par de saques de esquina-, concedió una ocasión en cada contra, apenas generó más peligro que el balón parado y cerró el encuentro en su propia área. Y enfrente no estaban ni Isco ni Asensio. Afortunadamente.