¿Y por qué no los partidos a puerta cerrada?

Fernando Hidalgo Urizar
Fernando Hidalgo EL DERBI

TORRE DE MARATHÓN

05 nov 2015 . Actualizado a las 13:05 h.

Sin la presencia de aficionados y de periodistas en los entrenamientos, los técnicos arreglan muchos de sus problemas. Consiguen una intimidad cómplice con su plantilla, evitan que trasciendan al enemigo sus estrategias secretas y se protegen de indeseables de boca fácil, miradas indiscretas y hasta del mal de ojo, que nunca se sabe qué tipo de peligros nos pueden acechar.

Al mismo tiempo, cuando se entrena en un fortín inaccesible al ojo público, los entrenadores evitan que si un Luisinho se sale de madre, todos lo sepamos; o que si un Djalminha da cabezazos, el mundo entero se indigne. Otra ventaja que tienen los entrenadores echando a los espectadores de sus sesiones de trabajo es que siempre podrán ocultar sus exabruptos, falta de autoridad y hasta la propia inutilidad, si tales cosas existen.

Cuando se entrena parapetado en un campo-caja fuerte, los entrenadores consiguen que nada, ni nadie distraiga a los suyos. Solo su voz llegará a los oídos de los futbolistas, sus órdenes serán interiorizadas por sus jugadores sin que una bandera en la grada les distraiga. Y podrán abroncar a los chavales sin que estos se sientan humillados delante de su público.

Hay tantas ventajas en los entrenamientos a puerta cerrada que, seguramente, Sánchez del Amo ya habrá empezado a preguntarse por qué no hacer lo mismo en los partidos. Cuando sufra un mal día, nadie se lo podrá recriminar. Si pierde, podrá apelar a cualquier excusa. Nadie le criticará los cambios. Sin el público en las gradas y sin los periodistas, se eliminará de un plumazo ese riesgo enorme, brutal y desgarrador que se llama exposición pública. Prohibiendo los partidos con público se acabará el miedo. Porque de eso se trata. Miedo. Ese miedo que convierte en vulnerables a técnicos como Luis Enrique o el propio Víctor. Algo absurdo, porque ambos gozan del favor de ese público al que quieren tener lejos.