El técnico trata de rebajar la tensión con un concurso de goles y una pachanga al rey de pista
16 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.«Tengo ganas de partido. Ojalá llegase cuanto antes». Las sensaciones de Fabricio se repiten por todo el vestuario deportivista. Llega el decisivo partido de mañana (19.00 horas, Cuatro) contra el Levante, el que puede multiplicar las posibilidades de permanencia o certificar su descenso, y la responsabilidad de jugarse toda la temporada en noventa minutos cruciales crece. Futbolista de élite, cuando se coronó campeón de Liga y Copa en A Coruña, antes que entrenador, Víctor se esfuerza por regular la presión que soportan sus futbolistas en las horas previas al encuentro. En el entrenamiento de ayer, el penúltimo antes del trascendental choque, el plan se distinguió de la manida sesión de recuperación. Esta es una semana diferente y como tal había de desarrollarse, también a la hora del descanso. El preparador quiso despejar al máximo la mente de los jugadores, al tiempo que perfilaban juntos los últimos detalles de un partido que, como han reconocido en los últimos días, marcará sus carreras.
Así, al cabo del calentamiento y antes de la pachanga, en la fase central del trabajo, el técnico recogió a sus delanteros y les planteó un desafío. Cada uno disponía de ocho posibilidades de remate (centros y pases frontales y laterales brindados por sus propios compañeros y por los ayudantes de Víctor) para marcar al primer toque. El que acabase con menos goles tenía el castigo de hacer ocho flexiones. Por más que simplemente se tratase de un nuevo intento de afinar el acierto de sus atacantes desde la repetición, el prurito de evitar el castigo llevó a que se desarrollase con risas y piques entre los propios protagonistas, empeñados en evitar el escarnio final.
Defensa cerrada
La práctica se convertía en una especie de terapia desestresante de los atacantes deportivistas, quizá los más exigidos de cara al choque de mañana, en el que únicamente vale la victoria y, por tanto, es imprescindible marcar al menos un gol más que el adversario para seguir en lucha por la permanencia hasta la última jornada. Estos se turnaban en el ejercicio de ataque y defensa que Víctor ordenó en la otra mitad de campo. Allí se planteaba una especie de abrelatas. Quizá sea como se espera que juegue el Levante. En apenas un palmo de terreno cuatro centrocampistas y dos delanteros trataban de abrir el camino hacia la portería tras sortear otras dos líneas bien pegadas de defensa y centro del campo. Rapidez de balón y profundidad para encarar al portero. Hasta allí los delanteros se acercaban en turnos de dos en dos cuando el entrenador los reclamaba. Mientras tanto, exprimían con una sonrisa sus últimas posibilidades de evitar las flexiones.
Una pachanga a campo reducido cerró el entrenamiento, pero no fue la habitual. Tres capitanes elegían la composición de sus equipos. Solo se quedaba en el campo el bando que marcaba. Era el rey de la pista. No hubo pares o nones, ni se trataba del recreo, pero el espíritu, con Víctor incluido como uno más entre los futbolistas, era casi colegial.
Todo indica que se cumplió la doble finalidad: el Dépor se entrenó para doblegar al Levante y se aplicó por dar esquinazo a sus fantasmas.