El broche del sujetador, esa infernal herramienta

La Voz REDACCIÓN

TENDENCIAS

Sujetadores

El sostén acaba de cumplir cien largos años en los que ni la ingeniería lencera más desarrollada ha sido capaz de mejorar su sistema de cierre, el mayor enemigo del hombre

20 ago 2014 . Actualizado a las 14:09 h.

Un siglo tiene ya el sujetador, esa prenda femenina que nació por cuestiones puramente prácticas -mantener el pecho en su lugar, evitando que se descontrole con cada movimiento, y proteger las glándulas mamarias- y se ha convertido en un auténtico objeto de deseo, en un instrumento incluso erótico que define las curvas femeninas más sensuales.

El ceñidor, que así se llamaba en tiempos de Maricastaña, fue patentado el año que arrancó la Primera Guerra Mundial en Nueva York, pero su historia, si nos ponemos a escarbar, se remonta a hace más de seis siglos -hace seis años un equipo de arqueólogos encontraron un sostén de lino en un antiquísimo castillo austríaco y ya en las antigua Grecia y Roma existían primitivas prendas que cubrían el busto-. Su predecesor, el corsé, vio la luz por vez primera a mediados del siglo XIX con un diseño de alambre, hierba y corteza y la única misión de resaltar los senos. La evolución hacia el brassiere llegó con el despertar del siglo XX y en el año 1914, este incómodo y axfisiante corpiño quedó desterrado por escasez de materiales para su fabricación y el sujetador, tal y como lo conocemos hoy en día, tomó su lugar.

El empujón definitivo para la desaparición de ese cuerpo alambrado lo dio la neoyorkina Mary Phelps Jacob, quien, agobiada porque su corsé se veía por debajo del vestido que pensaba llevar a una fiesta, ideó un diseño interior, a base de dos pañuelos de seda cruzados y registró la brillante idea. Los primeros diseños, muy garçome, siguiendo el estilo de los maravillosos años veinte, aplastaban el pecho. En la década de los 30 empezó a incorporarse el relleno y las cabecitas pensantes idearon estructuras metálicas que consiguieron realzar el busto femenino. La evolución del sujetador dio un vuelco en los 50 al ponerse de moda el buller-bra, un modelo -que Marilyn Monroe exhibió en la película Con faldas y a lo loco- con copas en forma de pico que levantaba mucho el pecho y otorgaba a la mujer un aspecto más que sensual.

Cien años después de que Mary Phelps patentase la idea hay sujetadores para todos los gustos, para cada tipo de cuerpo y para cada tipo de mujer, para cada ocasión, cada edad y cada prenda con la que lo acompañemos, de diferentes tejidos, con tirantes o sin ellos, deportivos o elegantes, pero hay un elemento del demonio que no evoluciona, que, estancado en la espalda, protege firmemente la intimidad de la mujer: el maldito broche. Sí es cierto que el enrevesado cierre del sostén ha dado algunos pequeños pasos en su afán de modernizarse. Incluso se ha llegado al punto de desarrollar un modelo capaz de abrirse si la mujer que lo lleva está «enamorada», un diseño que incorpora un dispositivo que mide el ritmo cardiaco y que abre el broche si detecta que las palpitaciones se incrementan. Pero sigue siendo la parte más espinosa de este objeto de sujeción femenino.

Es que, aunque parezca una prenda sencilla, oculta y completamente personal, el sostén es un objeto más que complicado. Elegir la forma, la talla y la copa adecuada puede condicionar -vamos a ponernos un poco apocalípticos- tu vida para siempre. No solo su diseño es importante -que sí, que puede ser la clave para acabar la noche con una sonrisa en la cara-, su estructura es esencial para no acabar, además de sola, con un colosal dolor de espalda, una jaqueca que ni la resaca de un contundente garrafón e irritaciones cutáneas nivel «me han destrozado el cuerpo a latigazos».

Un buen modelo debe repartir el peso exacto de los senos entre los hombros y la espalda, la medida de los tirantes tiene que ser la justa y necesaria y los aros nunca pueden estrangular el esternón. Pero estas premisas no parecen estar todavía muy claras entre la población femenina. Un 70 % de las mujeres no sabe comprar el sujetador adecuado, según datos de un distribuidor belga de conocidas marcas de prendas íntimas.

En primer lugar, la tira trasera nunca debe quedar por debajo del contorno inferior del pecho, ni apretujar demasiado la espalda (no deben quedar marcas), ni quedar demasiado holgada (no debe caber la mano entre la tira y la espalda). Lo de las copas ya es otra historia. Porque ahora, además de la talla del sujetador de toda la vida, hay tallas de copas: 90 B, 95 C... El secreto está en las medidas entre el pecho y la espalda. El estándar son 15 centímetros de diferencia (la copa B). Si se tiene más, la copa aumentará a C, y si la medida es menor, disminuirá a la copa A.

Han surgido, además, alentadoras innovaciones que encienden la luz al final del túnel en el camino de la evolución del sostén. Por ejemplo los aros de silicona (bautizados como Magic Wire), que acaba de lanzar Triumph y que se pueden adquirir en exclusiva hasta el 31 de agosto en una selección de centros de El Corte Inglés. Aportan la seguridad de un aro de metal, pero con la sensación de no llevar ninguno. Se acabaron las marcas semicirculares rojas en la piel bajo el pecho, las irritaciones la piel y la sensación de tortura sobre las costillas para lucir un escote decente.