Desde el iniciático episodio de El himno nacional al premiado San Junípero (reciente ganador del Emmy al mejor telefilme), lo desconcertante de Black Mirror vuelve a estar en que todos sus planteamientos parecen chocantes, pero no improbables, porque extrapolan actitudes y experimentos que ya existen en el mundo real para llevarlos a extremos sorprendentes. «No hacemos ciencia ficción. No mostramos tecnología que la gente no pueda reconocer [...]. Se hace más terrorífico porque puedes reconocer esos mundos», explicó en la presentación de la serie su productora, Annabel Jones.
Las historias de la cuarta temporada se completan con los episodios USS Callister, sobre una misión espacial para explorar la galaxia y con claras referencias a Star Trek; Cocodrilo, sobre una máquina capaz de almacenar recuerdos; Hang the DJ, en el que las personas delegan la búsqueda del amor verdadero en un dispositivo que determina cómo y cuándo deben unirse las parejas; Cabeza de metal, que sus creadores definen como «una pesadilla tecnológica» dirigida por el realizador de Hannibal, David Slade; y Black Museum, un episodio parcialmente grabado en España y que recrea un museo de los horrores al que acuden los turistas para ver artefactos siniestros y enfermizos procedentes de crímenes reales.